Aunque en las más altas esferas políticas, e incluso diplomática, la corbata dejó de ser una prenda masculina de obligado uso protocolar, hubo tiempos en que llevarla era signo del buen vestir masculino y necesaria en toda actividad oficial de importancia. Ceñirla al cuello de una camisa blanca se imponía aun en los peores y más extraños momentos.

Fue el caso ocurrido en la madrugada del 25 de septiembre de 1963, horas después del golpe de Estado. El entonces secretario de Finanzas, Jacobo Majluta, visitó al depuesto presidente Juan Bosch quien se encontraba detenido en su despacho del Palacio Nacional. Majluta, de 27 años, nunca olvidaría la reacción de Bosch, según me confesara en las varias entrevistas que sostuve con él durante la investigación para mi libro sobre el golpe.

Al cambiarse de prisa, Majluta se había puesto chaqueta, pero no llevaba corbata. Bosch le dijo al apretarle la diestra: “¿Por qué no tienes corbata?” “Porque ya estamos tumbados”. “Cuando un hombre cae debe tener su mejor traje puesto”, le dijo Bosch, que vestía un traje oscuro, de muy buen corte, con el que había asistido la noche anterior a la recepción en honor al vicealmirante Ferrall, de Estados Unidos, de visita en el país.

Aunque para ciertas actividades todavía se exige vestuario formal, en el protocolo dominicano, durante el gobierno actual, la corbata dejó de ser un requisito de formalidad. Ni el uso de saco es ya habitual en las ceremonias oficiales. El canciller recibió a su colega ruso la semana pasada en la marquesina con chacabana y así mismo estuvo en la reunión en el Palacio Nacional con su jefe, el presidente, sin corbata. Por la formalidad de su vestimenta, el ministro ruso se veía en la foto como un extraño sujeto fuera de época.

Posted in La columna de Miguel Guerrero, Opiniones

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