El país necesita de una oposición que se haga sentir y vigile con carácter permanente las actuaciones del Gobierno. Pero también está urgida de que esa oposición sea lo suficientemente responsable como para dar su ayuda a todo esfuerzo gubernamental que ataque problemas esenciales. La tradición nos muestra cuán grande y doloroso ha sido ese vacío. Con muy escasas excepciones, la dirigencia política cree que los errores y malos enfoques de política sólo afectan a los gobiernos. No entienden que un triunfo de oposición con base sólo en las malas actuaciones del contrario, deja como herencia un legajo de problemas que condenan más tarde al fracaso sus propias gestiones administrativas.
Ningún gobierno es capaz de sortear sin respaldo de la sociedad y de sus líderes las dificultades generadas por la pobreza y la escasez de recursos, tanto humanos como económicos. Los problemas de hoy, muchos de los cuales provienen de lejanos tiempos, no son de la exclusiva competencia del Gobierno. Atañen a toda la sociedad dominicana. Sus efectos trascienden el ámbito oficial y afectan los negocios, las actividades deportivas y culturales, las relaciones de familia, la estabilidad laboral y todas las esferas de la vida nacional, sin excepción.
Ignorar esta realidad nos conduce al borde de un precipicio. Y es por ende obligación de quienes pueden evitarlo, emprender las acciones que dicten las circunstancias a fin de que la tierra sobre la que pisamos se mantenga firme, evitando así que rodemos hasta llegar al fondo de la pendiente. El país está necesitado de que cada cierto tiempo surjan voces en la oposición y fuera del ámbito gubernamental dispuestas a unirse a las grandes tareas que por razones políticas sólo pueden emprenderse desde el ámbito gubernamental. No en plan de conquistar espacio en la esfera pública, con nombramientos y privilegios, sino con el sincero deseo de ayudar a dar el empujón que tantas veces necesitamos para salir adelante.