La joven, vestida con su ropa de ejercicios, entró al ascensor sin levantar la vista del móvil, moviendo los dedos pulgares a una velocidad vertiginosa. En la cabina reinaba el mayor silencio, mientras continuaba en su ciclo de recibir y enviar mensajes. Su rostro ocasionalmente dejaba dibujar una ligera sonrisa, resultado del importante tema que estaba tratando. A la vez, era una advertencia sutil de que no debía ser interrumpida. Cuando la puerta del ascensor se abrió, comenzó a caminar hacia afuera sin levantar la vista. Entonces, le dije con energía, con una mezcla de preocupación y molestia: “¡Cuidado!”. Para agregar: “¡Ud. está entrando y saliendo de un ascensor sin poner atención!” No es para menos, pues aunque altamente improbables, hay dos tipos de accidentes que pueden ocurrir. O bien caer en el foso pues la cabina que se suponía estar esperando no estaba, o que la cabina, por un mal funcionamiento, comenzase a moverse, convirtiéndose en una dolorosa guillotina. Pero aún estas advertencias, en ocasiones, son desdeñadas. Lo peor que le puede pasar a ese tipo de persona no es un accidente. Es que le roben sorpresivamente el móvil, por estar tan ajena al ambiente que la circunda. ¡Trágica pérdida! Esas cosas ocurren.
Pregúntenselo a Cantinflas. Él estaba tan ensimismado al llegar a ciudad de México, que sin darse cuenta, le robaron los calcetines sin quitarles los zapatos.

En nuestras vidas privadas, estamos viviendo en la cultura de la trivialidad virtual. Las informaciones intercambiadas son tantas, que por necesidad no pueden ser importantes y nos imposibilitan recordarlas. Siendo así, esta cultura de la banalidad al instante borra la memoria, que le tomó a la humanidad miles de años en desarrollar. En épocas primitivas, los pueblos aprendieron a mantener un relato más o menos fabulado de hechos pasados, que a la vez los ayudó a intentar comprender su existencia y acallar sus inquietudes y temores. En esa larga evolución, unos genios inventaron signos abstractos que facilitaron el lenguaje y la memoria escrita. Que los estudiantes de hoy día desdeñen aprender historia no debe sorprendernos. Y esto representa un problema cultural grave. El hombre, al igual que las sociedades, que no sabe de dónde viene confronta problemas para discernir hacia dónde va. El inmediatismo de la trivialidad digital no nos lleva a ninguna parte. Pues cuando una conversación termina arranca otra en un ciclo que se repite incesantemente. Resulta una contradicción irónica que el adelanto tecnológico tan extraordinario que ha puesto a nuestra disposición una cantidad de información sin precedentes, se utilice de manera tan fútil. Siendo así, para un gran número de personas, lejos de contribuir a un mayor conocimiento y comprensión de la realidad, les ahonda en un sentimiento de satisfacción de su ignorancia.

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