La frágil tradición dominicana incluye, entre sus personajes, una indefinida figura que forma parte de la Navidad criolla. La Vieja Belén, recurso de solución para padres y padrinos que, por ausencia, olvido o falta de recursos, no pudieron cumplir con el “compromiso” de regalar a sus hijos y ahijados el 25 de diciembre, Día del Niño Jesús y “Santicló”, versión criolla del Santa Claus, ni el día de la Epifanía de los Santos Reyes, el 6 de enero. Según la enciclopedia, el significado de Epifanía es: “aparición, manifestación o fenómeno a partir del cual se revela un asunto importante. La palabra proviene del griego epiphaneia, que significa ‘mostrarse’ o ‘aparecer por encima”. Desde mi lejana infancia escucho que su llegada ocurre el domingo siguiente a Reyes, lo cual crea confusión en un año como el actual, adonde el día de Reyes fue sábado. Existe una propuesta de que se instituya y oficialice el 13 de enero como día de la Vieja Belén. Nuestro personaje guarda un estrecho paralelismo con La Befana, de ciertas regiones de Italia, representado por una “bruja” sonriente y amable, que vuela en escoba, que reparte dulces a los niños buenos y carbón a los que no se portaron bien y que, a diferencia del personaje criollo, lo hace la noche anterior al día de Reyes. La vieja nuestra, con su condición de componedora de “olvidos” tiene fecha de llegada “conveniente y flexible” para acomodar posibilidades y recursos de los que usan al personaje. La tradición disminuida de La Vieja Belén ha ido perdiendo fuerzas y presencia, por razón de escasez de recursos y de la marcada palidez de los propios Reyes Magos. En una experiencia personal, tan reciente como el 8 de este mismo mes, en una entrega de juguetes en una escuela rural que auspicio en Constanza, los niños de hasta 6to de primaria, apenas identificaban los nombres de Melchor, Gaspar y Baltazar; ignoraban el origen de la tradición y de los regalos de los personajes originales a Jesús, mucho menos que viajan en camellos ni su capacidad para empequeñecerse y pasar por debajo de las puertas. De la Vieja Belén, ni referencias. No sé cómo caben, dentro de los esquemas actuales de la infancia moderna, con los recursos digitales a su alcance, pero es evidente que el cristianismo pierde elementos importantes de formación básica, al extinguirse esta hermosa tradición, donde se destaca la bondad y la esperanza. Poco importa el origen de La Vieja Belén, cómo llegó a nuestras tierras caribeñas o cómo nació, si de una pura coincidencia se trata. De nada sirve saber si La Befana italiana es su origen y si ella misma procede de fiestas Romanas transformadas o de tradiciones germanas más antiguas o si su génesis corresponde a la caritativa dama petromacorisana que en los años 30-40 recolectaba para regalar juguetes a los niños marginados de la capacidad económica. Poco importa. Teorías son, que estimulan la imaginación, pero la verdadera tristeza es ser testigos presenciales, de cómo en pocos años, se pierden valores de la tradición nacional. Hagamos por conservarla…

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