A finales de los años 90 visitaba todos los días la Feria del Libro, que se realizaba en el “Zoológico viejo”, hoy “Parque Iberoamericano”, en la Avenida Bolívar del Distrito Nacional. Era casi un guía, pues conocía cada rincón de ella. Iba todos los días y todos los días algo compraba. Por unos años la cambiaron para la Plaza de la Cultura, en la avenida Máximo Gómez de la Capital. Y de allí a otros lugares, como la Zona Colonial.

Para la década del 2000, cuando fui Defensor Público, la visitaba junto a unos amigos de batalla jurídica: Carlos, Enmanuel y Nassir: nos unía el deseo de conocer y un idílico amor por la lectura. Carlos había leído mucho, pero gustaba más de las novelas del siglo XX; Nassir tenía predilección por oriente y Enmanuel por la novela del siglo XIX. Nuestras discusiones eran sabrosas.

Recuerdo que en la Feria conocimos a un señor que tenía un pequeño “stand”, con verdaderas joyas. Nos dijo que era una parte de su biblioteca personal, que los sacaba porque tenía nuevas ediciones, entre otros motivos. Con cada libro durábamos ratos conversando con el erudito señor, antes de comprarlo.

Cada día íbamos y comprábamos uno o dos volúmenes. Años después veía diariamente al señor en la Librería Cuesta de la Capital, yo siendo un comprador normal y él, probablemente, siendo el principal cliente individual de la librería. Compraba libros, literalmente, con un carrito del supermercado.

Aquellos eran años gloriosos, pero la Feria del Libro luego perdió su esencia. Parecía cualquier cosa menos una Feria del Libro. El ruido, la comida y la basura estaban por todos lados, y pocos libros. Por eso dejamos de ir. Ya no tenía sentido.

Este año me enteré que se estaba realizando la Feria del Libro cuando faltaban unos días para terminar. Vi un tuit del señor Matías Bosch Carcuro, donde promocionaba un texto suyo titulado: “No +ARS, No + AFP”, y visité la Feria para comprarlo.

Debo decir que solo caminé, desde la avenida Máximo Gómez, el tramo de la avenida Pedro Henríquez Ureña hasta el Museo del Hombre Dominicano, y lo que vi fue una transformación enorme de lo que había sido la Feria del Libro en los últimos años, volviendo a sus orígenes, en el cual el libro era el centro de la actividad y no una excusa para ir a tomarse un jugo a la misma.

Por lo menos en ese tramo vi organización y limpieza. Lugares organizados, libros a precios razonables y solo el ruido natural de los jóvenes conversando mientras caminaban. Me gustó. Como es de rigor terminé comprando más de un libro, pero olvidé llamar los muchachos para informarles de la grata sorpresa. Ojalá esta sea la primera de muchas ferias del libro de ese tipo. Finalmente, por este medio les digo a los amigos Carlos, Enmanuel y Nassir, que podemos ir coordinando para visitarla el próximo año, como en los viejos tiempos, aunque ellos vayan con sus hijos y yo, quien sabe, si con mis nietos.

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