La fórmula del agua tibia debe ser tan vieja como la civilización. Cuando Prometeo, hace miles y miles de años les enseñó a los hombres el fuego, unos minutos después nació el agua tibia y desde entonces ha acompañado al hombre en su travesía terrestre.

Es decir, la fecha exacta en que se inventó el agua tibia es incierta, lo único verdadero, o presumiblemente verdadero, es que el primero que hirvió agua fue un antecesor de los griegos, pues a estos fue que el Dios les enseñó el fuego y es de suponer que fueron los primeros en calentar agua.

Desde entonces el agua tibia está con nosotros y es tanta su cercanía con nuestra vida que la fórmula para hacerla la sabemos por intuición, como si naciéramos con ese trascendental conocimiento. Es decir, no es necesario explicar la fórmula. Pero, aun a riesgo de hacer una perogrullada, lo intentaré.

Lo primero es tomar el agua, puede ser de un grifo o del botellón o, inclusive, directamente de un río.

Se debe tener el cuidado de verter el agua en un recipiente que resista el calor, normalmente de metal. Es de uso común hacerlo en ollas o calderos cuyo tamaño variará dependiendo si es para hervir dos huevos o para hacer un salcocho de varias carnes.

Luego se debe tener a mano el lugar donde se encenderá el fuego y el combustible para ello. En la ciudad, una estufa, aunque sea de una hornilla, un mechero o fosforo y un cilindro (tanque) de gas licuado de petróleo, no importa que sea de 25 libras. En el campo, en cambio, puede ser un fogón, normalmente con un aro de vehículo, piedras y palos debajo, fósforos y un par de cajas, folder o hasta hojas de plátanos, para “echarle aire” hasta que encienda.

Hecho esto, solo se debe esperar el tiempo exacto en que empiece a hervir. Y ya. Lo demás dependerá del uso que le darás al agua tibia.

Sobre el agua tibia, en lenguaje coloquial, utilizamos la expresión: “Descubrió el agua tibia”, para referirnos a una persona que, con ínfulas de altas miras intelectuales, plantea la solución a un problema de una forma tan obvia que parece casi una tomadura de pelo, refiriéndose a algo que todo el mundo sabe, pero de una forma que pareciera que nadie lo sabe más que él.

Este comportamiento se debe a uno de dos posibles motivos, nunca a los dos al mismo tiempo: O cree que los demás no saben; o no le importa para nada lo que digan los demás. Como en el disco de Alberto Cortez.

Es decir, todos saben la fórmula del agua tibia, pero alguien cree que solo él la sabe y lo comunica a los demás como el descubrimiento de los últimos magos de Babilonia.

También, según el Diccionario, es de uso común escuchar a los políticos plantear o criticar situaciones creyéndose que han encontrado “la fórmula del agua tibia”.

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