La violencia en Ecuador patrocinada por el crimen organizado cobró la vida del candidato presidencial, Fernando Villavicencio, en un hecho que ha consternado toda la región, por ser el último eslabón de una cada de asesinatos dirigidos por el crimen organizado.

El país suramericano es el último caso de inestabilidad política, impacto del crimen organizado y crisis económica que se vive en la región. Los casos más sonados son Venezuela, Perú, Argentina, Nicaragua, México, Chile El Salvador y Colombia. Este último país vivió con júbilo la llegada, por primera vez, de la izquierda al poder, pero poco tiempo después, la crisis de credibilidad impacta la figura del presidente de ese país. Es fruto de una cadena de hechos, que coronó el apresamiento de su hijo, Nicolás Petro, acusado de lavado de activos, que luego dijo que el presidente Gustavo Petro habría recibido dinero del crimen organizado para financiar su campaña.

Hace poco, Bolivia vivió un golpe de Estado y también Paraguay, mientras que Brasil parece que luce recobrar la estabilidad perdida desde 2014 por los escándalos de corrupción y el golpe contra la presidencia de Dilma Rousseff.

Incluso, Estados Unidos, el modelo de democracia, la polarización provocó los vergonzosos actos en el capitolio el 6 de enero de 2020. Las imágenes recorrieron el mundo para llenar de vergüenza a la principal potencia del mundo.

Hay que empezar a mirarse en esos espejos con seriedad, no como un discurso para tapar lo que está mal, como quieren muchos. Quizás a esas naciones lo que les faltó fue hacer una mirada crítica al modelo de democracia para evitar que los discursos populistas y de odio calaran en la población, necesitada de respuesta a las necesidades que la democracia no ha podido llenar.

Por aquí, en lugar de tomar esos ejemplos para generar silencio a las voces críticas y los partidos de oposición, mejor interpretarlos para la autocrítica y evitar que el país caiga en situaciones de inestabilidad.

La responsabilidad pasa por empezar a respetar la clase política y que las élites (políticas, empresariales, sindicales y de todo tipo), dejen de hacer acuerdos para beneficiar solo a los de arriba.

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