Desde el ajusticiamiento de Trujillo los dominicanos hemos venido luchando agónicamente por instaurar un modelo de gobierno que supere lo que Bosch caracterizó como la “arritmia histórica” padecida por el pueblo dominicano desde los inicios de su discurrir como nación.
Es la misma aspiración, consagrada en el artículo 7 de la Constitución nacional de 2010 formulada como “Estado Social y Democrático de Derecho”, latente ya desde los postulados de la revolución francesa de 1848, y que han insertado en sus legislaciones constituyentes diferentes naciones en todo el mundo, pero que nosotros no hemos sido capaces de materializar.

Por más que se ha insistido en establecer el imperio, o dictadura de la ley, como llaman algunos para dramatizar su importancia, nuestros dirigentes han preferido irse por veredas desconocedoras de la sabia sentencia heredada por la cultura occidental del derecho romano, de que Dura lex, sed lex traducida como Dura es la ley, pero es la ley, postulando que todos debemos cumplirla.

En el origen y resumen del gran desorden en que encuentra el nuevo gobierno al país, subyace el irrespeto a las leyes que no supieron o no quisieron cumplir y hacer cumplir quienes debieron hacerlo, vale decir, los que por años han estado al frente de la gestión pública.

Sostengo y reitero ahora que, entre otros factores fundamentales, en la burla a la Constitución y las leyes por parte de nuestros gobernantes y dirigentes, ha cuajado el reinado de la delincuencia común, es decir, los robos de los descuidistas, los incontrolables atracos, las operaciones del crimen organizado y el deterioro moral de muchos guardianes, policías, que debían evitar o corregir, en el nivel judicial, sus fechorías. Cuantas veces un gobernante o un dirigente pasa por encima de la ley, se convierte en un factor de estímulo a que sus gobernados o dirigidos procedan igual, contrariando el mandato de que deben cumplir y hacer cumplir las normas.

Es simple: quien gobierna o dirige es, para bien o para mal, un agente modélico, paradigmático.

Es en ese contexto que entre sus propuestas de cambio al pueblo en las pasadas elecciones, Luis Abinader propuso en diferentes momentos hacer una gran revolución, una transformación que consiste en que ya como gobernante cumplirá la Constitución y las leyes.

Es lo que ha repetido de nuevo al recibir de representantes congresuales el certificado de la Asamblea Nacional que lo certifica constitucionalmente como próximo presidente de la República.

Hemos caído tanto en materia de ordenamiento y cumplimiento del deber, que sólo cumplir y hacer cumplir la ley, se ha convertido en una revolución que nos servirá para desatar nuevos estadios de avance y bienestar, nuevas revoluciones pacíficas y democráticas.
¡Adelante!

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