Mi nieta mayor, María Gabriela, tenía que hacer un trabajo sobre lo sucedido a partir del 24 de abril de mil novecientos sesenta y cinco y no pudo buscar mejor información que con mi esposa, profesora de historia.
Ambos, siendo muy jóvenes, vivimos las experiencias de esos meses extremadamente difíciles para nuestro país. No pude escapar la tentación de entrometerme en la conversación, pues además de las causas y consecuencias de esta conflagración entre hermanos, cada uno tenía sus historias personales.

Después del derrocamiento del profesor Juan Bosch, en septiembre veinte de mil novecientos sesenta y tres, el país vivió meses de incertidumbre. Se interrumpió el primer gobierno democráticamente electo luego de la dictadura de Trujillo. Un error histórico que pocos meses después desencadenaría en lo que llamamos una guerra civil.

El gobierno del profesor Bosch, durante los siete meses que se le permitió dirigir los destinos del país, dio más que claras señales de su intención de hacer un gobierno honesto, diferente a los años de la dictadura y a la de muchas otras administraciones de países de Latinoamérica.

El asistente y amigo personal del profesor Bosch, Virgilio Gell, le pidió a mi abuelo Celso Pérez, la suma de veinticinco mil dólares para instalar una empresa. Denunciado este intento de soborno a la sobrina del presidente, Milagros Ortiz Bosch, este lo canceló y dijo “Queremos advertir al país que el presidente de la República no tiene amigos, ni enemigos, ni arientes ni parientes, la ley protege a todos los dominicanos, pero la ley también le cae encima a todo dominicano que la viole, esto es una República que tiene que regirse por la ley, la ley no conoce nombre ni personas, ni sentimientos, ni relación”.

Un gobierno diferente nos perdimos, mi querida nieta. El golpe de Estado dio paso a un Triunvirato presidido por el empresario Donald Reid Cabral, con amplias relaciones con los norteamericanos.

La corrupción en esos meses, especialmente en la cantina de la policía, donde se importaban de contrabando miles de artículos que luego se vendían en el mercado, compitiendo con los empresarios que pagaban sus impuestos, era una razón de mucho disgusto.

Como bien decía Pelegrín Castillo, citando a Antoine de Saint-Expupery “Una guerra civil no es una guerra, es una enfermedad”.
Fueron muchos los intentos de lograr elecciones, el descontento creció en una parte de las Fuerzas Armadas. Al coronel Caamaño, que dirigió las fuerzas que querían reponer el gobierno del profesor Bosch, se le tildó de comunista.

El Coronel de Abril, como se le conoce, comandaba antes de la revolución los cacos negros, equipo policial de represión a las izquierdas, pero al igual que con Castro, los norteamericanos erraron en su política exterior y convirtieron posibles amigos en tenaces enemigos.

El Triunvirato y los norteamericanos se negaron ceder el poder, frente al miedo de otra Cuba y la solución fue ordenar por parte del presidente norteamericano, Lyndon Johnson, que cuarenta y dos mil marines de la División Aerotransportada de Estados Unidos, desembarcaran en nuestro país bajo el pretexto de defender vidas de norteamericanos y extranjeros.

Mis recuerdos siendo muy pequeño, la acera de mi casa era de la facción rebelde, nuestros vecinos eran un comando constitucionalista y la acera norte estaba ocupada por los militares brasileños, que formaron parte de un organismo político militar, inventado por la OEA, que se llamó Fuerza Interamericana de Paz, integrada por militares de Estados Unidos, Brasil, Honduras, Paraguay y Costa Rica.

Fueron días muy difíciles para el país, murieron más de cinco mil personas y la economía sufrió un verdadero descalabro. Recuerdo que debíamos dormir en la cocina por ser el sitio más seguro de la casa, por los continuos enfrentamientos entre rebeldes y brasileños.

De día la vida retornaba a una peligrosa normalidad, pues parecía que los soldados de ambos bandos dormían para luego luchar de noche.

La comida era difícil, como nunca había energía eléctrica, la poca carne que conseguíamos debíamos salarla y un bien muy codiciado era una funda de hielo.

Éramos muchachos sin mucho concepto de lo que sucedía, jugar todo el día, no ir al colegio y protegernos de la noche.

El 3 de septiembre de mil novecientos sesenta y cinco, casi dos años después del golpe de Estado al profesor Bosch, se logró designar un gobierno provisional, presidido por Héctor Gracia Godoy, para que organizara las elecciones del mil novecientos sesenta y seis que ganó Joaquín Balaguer.

La historia es mucho más larga querida María Gabriela, pero el espacio del periódico no me permite mucho más, hablaremos después. Te quiero, tu abuelo.

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