“¡Oh, capitán, mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado, La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio (…)”.

Visité la tumba y la casa de Walt Whitman (1819-1892) en Camden, New Jersey, Estados Unidos de América.
No recorrí la casa, estaba cerrada y se necesitaba cita. Pero sí su tumba en el Cementerio Histórico de Harleigh, en Haddon Avenue, el cual contiene una serena belleza.

La tumba del gran poeta tiene forma de casa y está empotrada en un terreno alto, rodeada de arboles y al fondo, a la derecha de quien ve la tumba de frente, un lago artificial. Allí frente al panteón de granito, hojas de hierbas dispersas y un viento quieto que impulsa a pensar. Cerca de la puerta, enterrada en el suelo, una pequeña bandera con una medalla colocada en mitad del asta, seguro algún veterano la clavó allí.

Me acerqué a la verja, tenía colgados varios arreglos florales. Dentro, además del poeta, sus padres y hermanos le acompañan en la última morada. Hojas secas en el suelo gris y una vieja silla de madera, para sentarse al lado de la tumba y, en el fondo, justo debajo de la tumba del poeta, dos hojas, escritas a mano por algún admirador, con una piedra encima para protegerla del viento.

La puerta solo estaba junta y entré, me senté en la silla y, obviamente no pude contenerme, tomé las dos hojas y las leí. Al final le tomé unas fotos y las coloqué otra vez en el suelo, con la piedra encima, tal y como estaban.

Aquello me causó una enorme impresión: una tumba solemne, con más de un siglo, y una carta sin firma dejada en el suelo como homenaje por un admirador desconocido.

La carta, en una traducción libre, dice lo que sigue: “Los visitantes de lugares lejanos y cercanos pagan tributo al poeta que tanto aprecian. Su tumba es un lugar de peregrinaje para los artistas y escritores a los que tocó su alma y buscan una conexión con su espíritu imponente y ser tocados por la sabiduría de sus palabras. Un faro de esperanza. Tu voz resuena. Por siempre celebrado en esta tierra santa. Gracias por ser verdadero. Te amamos por la eternidad. Seas bendecido. Mi poeta favorito.”

Sin dudas “Hojas de Hierba” no es un libro, quien tocó la gran epopeya norteamericana tocó un hombre. Y quien escribió la carta lo dice, sin decirlo. Me conmovió. Algún día haré lo mismo si visito la tumba de Martí quien, por demás, conoció y admiró a Whitman e hizo un gran artículo sobre el viejo poeta escrito en el año 1887, (“Hay que estudiarlo, porque si no es el poeta de mejor gusto, es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo”).

“Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles,(…)// ¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje!// ¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!// Mientras yo con dolorosos pasos// Recorro el puente donde mi capitán// Yace extendido, helado y muerto”.

Mi pequeño homenaje a quien, quizás, encabeza el canon norteamericano.

“¡Oh, capitán, mi capitán!”.

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