Las nuevas generaciones desconocen cómo eran las campañas políticas hace apenas unos años. Ni se lo imaginan. Ahora el asunto es sencillo, de una simplicidad en ocasiones preocupante, festivo como el carnaval, recorriendo las redes y no las calles, algunos concentrados en el individualismo y no en el compromiso de servirle a los demás.

Antes el proselitismo era como si el mundo se fuera a acabar. Había en cada esquina fanatismos, peleas, heridos y muertos. Las familias se enemistaban, los medios de comunicación estaban claramente de un lado o de otro. La neutralidad y la tibieza eran casi nulas.

El país estaba dividido entre compañeros, compatriotas y camaradas, con líderes que, tal vez sin querer, provocaban pasiones. Basta recordar a Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Joaquín Balaguer; cada uno, con sus luces y sombras, encendían el ánimo colectivo: o estabas radicalmente a favor o en contra de uno de ellos.

Pero, lo más hermoso, es que era una época también de ideologías, de intensas discusiones teóricas, de convicciones tan sentidas que muchos arriesgaban sus vidas por defenderlas. Cientos de dominicanos murieron por un ideal; otros, cobardemente, mataron por las mismas razones, por odio, pago o indignidad.

De todo aquello, salvo lo salvaje y violento, es la parte que extraño y que nos hace falta. Hemos perdido la utopía que nos nutría de vocación social, luchar contra las injusticias y trabajar por una patria mejor.

En las democracias, en especial las tercermundistas, las campañas electorales suelen ser eternas. Termina una elección y de inmediato nos preparamos para la próxima. Las treguas son simbólicas. La política influye demasiado en el día a día, en los empleos, en los negocios y en la toma de decisiones, aunque, al menos en el caso dominicano, con las notables diferencias explicadas anteriormente.

El próximo 18 de febrero tendremos elecciones para elegir alcaldes y concejales, directores de distritos municipales y vocales. Por las características propias indicadas en la ley, habrá demarcaciones donde en las elecciones se complicará el conteo para concejales y vocales.

Hasta el momento la campaña se desenvuelve con razonable decencia. Así debe continuar, aunque en algunos espacios necesitamos más contenido; es decir, escuchar en los actos de los candidatos más propuestas que reggaetón, que se enfoquen más en el fondo que en la forma.

Finalizo con la siguiente reflexión: “Los que de alguna manera participamos en la política partidista, debemos ser los primeros en respetar al que piensa distinto, nunca refiriéndonos al contrario con palabras hirientes o calumnias, lo que no implica indiferencia cuando creemos que algo no está correcto. Ser íntegros habla bien de nosotros y de la causa que promovemos”.

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