Los violentos disturbios vividos en Francia luego de que un joven de 17 años de origen magrebí muriera tras ser disparado por uno de los policías que le ordenaron detener su vehículo para inspeccionarlo porque supuestamente circulaba a gran velocidad por un carril destinado a los autobuses, ciertamente son el reflejo de una situación de ruptura social en dicho país por la falta de integración de un significativo número de sus nacionales y residentes, de ascendencia u originarios de países del norte de África, algunos de los cuales ex colonias, y las desigualdades existentes, pero también de una situación de índole general.

Decimos esto porque hay aspectos que conciernen a todos los países que viven en democracia o al menos sin negación absoluta de la libertad, aunque no lo sean, como la cada vez más alta incidencia de las distintas plataformas de redes sociales, para bien y para mal, y el rol que ellas han jugado en la incitación de violencia, discursos de odio, o desinformación, lo que puede tener graves consecuencias como sucedió con la pandemia que recientemente azotó al mundo, así como la inquietante sumersión, cada vez más acentuada, de muchos niños y jóvenes en una realidad virtual de pantallas y videojuegos. muchas veces extremadamente violentos.

El presidente francés Emmanuel Macron ha hecho un llamamiento a los responsables de las redes sociales Snapchat y TikTok a que eliminen el “contenido más sensible” publicado en estas a la vez que señaló que las plataformas sociales jugaron “un papel considerable en los movimientos de los últimos días” en su país, e incluso, según se ha reseñado, en una reunión sostenida con los alcaldes de las localidades golpeadas por los disturbios, mencionó la posibilidad de “regular o cortar” su acceso en los casos más extremos, lo que naturalmente es conflictivo, y suscitó críticas.

Aunque funcionarios de su gobierno iniciaron conversaciones con estas plataformas, para acelerar el proceso de eliminación del contenido que incita a la violencia, por el momento solo se ha publicado la reacción de una de estas, Snapchat, cuya vocera manifestó que tienen “cero tolerancia por el contenido que promueve o incita el odio o la conducta violenta”, y la lamentable respuesta automática de Twitter consistente en un emoji de mal gusto, lo que según se indica se ha hecho consuetudinario desde que Elon Musk asumió su dirección.

Por coincidencia al mismo tiempo que sucedían estos hechos y se provocaba este debate en Francia, en los Estados Unidos de América un juez federal de Luisiana impuso una orden de restricción a las agencias gubernamentales de comunicarse con las plataformas sociales con el propósito de “urgir, exhortar, presionar, o inducir de alguna manera la remoción, eliminación, supresión, o reducción del contenido”, invocando que se atenta contra la libertad de expresión y que es una forma de la administración de Biden de tratar de silenciar críticas.

Sin embargo, en otros países como es el caso de Brasil, recientemente se han dictado ordenanzas para multar o suspender a las empresas propietarias de las plataformas y redes sociales que no regulen de manera efectiva el contenido relacionado a la violencia en las escuelas, como una forma de impedir que sigan escalando los actos de violencia que se dieron hace unos meses en escuelas de dicho país, que segaron la vida de varias personas.

Es innegable que hay dos caras en la misma moneda, pues los medios sociales que han servido para incitar el odio o la violencia también han sido herramientas fundamentales para denunciar atentados a derechos en países sumidos bajo dictaduras, y el gran reto es encontrar el justo equilibrio que, asegurando la libertad de expresión, sea capaz de regular la moderación. Por eso todo esto nos debe provocar una profunda reflexión sobre su uso, su impacto sobre todo entre los más jóvenes, y el control que quienes dirigen estas empresas tienen sobre millones de personas, incidiendo sobre su conducta, y los usos indebidos que pueden hacer de este.

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