Existe una isla al aire, donde el isleño nace con alas y lleva una barca en el corazón. Una isla es un pájaro rodeado de alas por todas partes. Una isla es la metáfora del viaje, la ensoñación de lo posible, el sueño de Tomás Moro. Todos los mares nacen y mueren en las islas”.

Estas representaciones que acaban de escuchar provienen del “Ejercicio de Sueños”: un libro que congrega el ciclo reciente de escritos breves de Basilio Belliard, que no son sino recuadros tallados con diestro encanto en la sustancia dura y siempre huraña de la prosa poética.

Basilio, poeta y ensayista dominicano, premiado más de una vez, ha deseado que esta noche me constituya en el cicerone de su nueva obra. Y he de cumplir esta encomienda, créanmelo, con emocionada gratitud.

En el inicio, pensemos que toda idea artística tiene un origen vinculado, antes que nada, al bosquejo del propósito creador. Pero no bastaría este primer designio. El trazo de la obra se hará materia tangible sólo a través de un sistema con facultad de apresar las emociones, las dudas y las certezas, las pendencias y el ensueño del ser humano.

Y con esta idea he querido referirme a la lengua escrita: a ese régimen de signos (asentado, como la música, sobre esencias de sonidos y silencios) que nos permite hoy escuchar el verbo de Platón y de Eurípides; o dar oídas al discurso que Shakespeare, a través de Bruto, pronuncia ante el féretro de Julio César; o enternecernos frente a la escena mortuoria, “tan sosegada y cristiana”, de don Quijote; o aturdirnos con el ascenso de Remedios la Bella a los irremediables cielos de Macondo.

Porque sólo se piensa con palabras. Y también se sueña únicamente con palabras. Mucho antes que Freud y el psicoanálisis, ya la humanidad modelaba con la arcilla de la palabra esa realidad fascinante de seres irreales que respiraban y revoloteaban en las consejas y las leyendas de caminos. Desde horas inmemoriales, la palabra del sueño nutrió la literatura fantástica, que es la escritura de lo que no es, de lo quimérico.

El venerable Chuang Tzu, filósofo chino de la escuela taoísta, que vivió entre los siglos cuarto y tercero antes de Cristo, imaginaba: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”.

Pero más de dos mil años transcurrieron entre el sueño de la mariposa de Chuang Tzu y el sueño verbal del “Amor loco” y de “Nadja” del poeta y escritor francés André Breton. Es en 1924 cuando Breton publica el primer manifiesto surrealista, con lo cual crea una corriente que, desde el inicio, hace suyas las provocaciones de Marx y de Rimbaud: cambiar la vida y cambiar al hombre.

Comenzará entonces un largo y múltiple existir literario saturado de expresiones espontáneas e irreflexivas, de asociaciones libres entre las palabras y de metáforas insólitas. Para los surrealistas, así, no habrá asuntos preconcebidos. Sólo la búsqueda de la superrealidad a través de la libertad imaginativa, dentro de ese frágil espacio de oscuridades instalado en la frontera entre sueño y vigilia.

Muchos poetas y escritores europeos e hispanoamericanos conocieron a Breton y asimilaron sus ideas. Rastros de surrealismo aparecen en Vicente Aleixandre, en Rafael Alberti y en Federico García Lorca. Hallazgos de lúcido automatismo poético penetraron también en los poros de la grande y ávida esponja whitmaniana de Pablo Neruda. Anduvo Breton asimismo por esta tierra en los años 40 del pasado siglo, y de esa jornada sobreviven rastros, materiales e inmateriales, en la obra de muchos de aquellos líricos de la ‘Poesía Sorprendida’.

En su empeño por liberar al hombre de la oposición entre Eros y Tánatos, a través de la poesía dejó André Breton una invalorable herencia literaria. Pero su noción del surrealismo no se agotaba en los límites de una estética. Abarcaba más, digamos que una ética y una poética, junto a un atisbo de luminoso e ilimitado erotismo marital: “Mi mujer con sexo de espejo / Mi mujer con ojos de agua para beber en prisión / Mi mujer con ojos de bosque siempre bajo el hacha / Con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego”.

Reconozco ahora que ha sido un preámbulo copioso, si bien necesario, para acercarnos con alguna certeza a las sorprendentes “Prácticas de sueños” de Basilio Belliard. Estas páginas intensas escritas por el poeta, en primer lugar, me parecen cifradas a modo de un reverente cumplido a Chuang Tzu, a Lewis Caroll, a André Breton y a todos cuantos han pisado la vaporosa tierra del ensueño, en procura de razones y de ecos furtivos de la existencia.

Luego, he de admitir que estos ejercicios de sueños inauguran un registro inédito en la perspectiva de su obra. “Una vuelta de tuerca” fue la percepción súbita de un amigo, al escudriñar este universo de islas y arenas y espejos derretidos, en rachas de espejismo, que Basilio Belliard nos traspasa en estos folios.

Frases cortas e hipnóticas, como en el sueño intranquilo de Kafka, que acercan y desvían al leyente de la ilusión incierta:

“No es el cuerpo el que sueña; es la noche, ahíta de techo. Los ojos no duermen sino la habitación donde moran. La noche se mineraliza y los cuerpos de los amantes se combustionan: reciben el peso de la luna. La noche se llena de serpientes y de toros que me embisten en la meseta matinal. Despertar es soñar y adivinar números. Despierto que sueño enjambre de murciélagos. Duermo que me despierto congelado. Me desvelo cuando me duermo que despierto. Me despierto que duermo desvelado”.

Asentada ya en su inédita comarca de visiones y de albures, la razón poética de Basilio vagabundea por desiertos y playas, se sumerge en los ríos y en las miradas, y alza el vuelo junto a leves-mudos-negros-pájaros sin alas, navegando en un cielo menguante de cenizas y claros de luna.

Al poner los ojos en este pequeño y crecido libro, cada uno de ustedes sentirá de qué modo las palabras y los tropos revientan aquí con estallidos de imaginación y de musicalidad imprevista y admirable.

Pienso, entretanto, que el poeta Basilio Belliard ha culminado felizmente su tarea del momento. Si es que acaso fuere posible llamar tarea, o faena, al empeño siempre vulnerado de encontrar “le mote just”: ese vocablo estricto que se oculta y luego escapa por el fondo del espejo, como un destello fortuito de la realidad inaprensible.

Palabras en la presentación del libro ‘
Prácticas de sueños’ Biblioteca Pedro Mir, Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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