En la víspera de mi cumpleaños (12 de agosto), suelo escribir reflexiones sobre lo que aprendo con el tiempo. Hoy enfrentaré a la vanidad y a lo material imprescindible. Le daré una estocada a la ostentación. Me concentraré en el verbo “ser”, no en el “tener”.

Aprendí que la vida es más sencilla de la cuenta. Somos nosotros quienes la complicamos, la alteramos, convirtiéndola en ocasiones indomable. Nuestra existencia se nutre de los elementos que le demos a comer. Unos se sacian con componentes tóxicos o ya vencidos; otros, los que aman la armonía, llenan sus estómagos con alimentos saludables, de esos que aparecen en el pequeño patio de cualquier casa.

He aprendido a simplificar las cosas y a ocuparme y no preocuparme de los problemas, si es que en realidad existen, pues muchos son producto de nuestra imaginación, creaciones infantiles de nuestro cerebro. Debemos simplificar lo complejo y, de igual manera, evitar complicar lo simple.

En nuestro caminar, busquemos el punto neurálgico de las dificultades y ahí concentrarnos para solucionarlas. El resto debemos asumirlo como una distracción innecesaria, que si le damos importancia, además de perder tiempo y recursos, nos puede hacer fracasar.

No anhelemos tener lo que no necesitemos. Lo que nos sobra nos estorba, es un obstáculo que nos entorpece decidir, es un espacio llenado para que haya más polvo, es un motivo torpe para comentar entre seres insulsos, es un retrato de absurda fantasía.

Siempre cuento que tenía 17 pares de zapatos cuando el doctor me dijo que sufría de espolones en los pies y que yo debía usar calzados ortopédicos. Como apenas poseía uno así, regalé el resto, y me sentí libre al hacerlo. Y anduve durante 6 meses con ese solo par de zapatos, y no me hacían falta más, y tampoco había titubeos al momento de elegir. Uno y ya. Listo.

Cuando inicié como abogado, me ocurrió algo en cierta forma parecido. Noté que tenía decenas de corbatas y que solo usaba 5, las mismas que siempre estaban delante del portacorbatas. Podía prescindir de las demás y no perdería nada.

Lo que no nos hace falta de alguna manera pertenece a otro, han dicho grandes hombres y mujeres de la historia. Andar sin cargas en el pensamiento y en el cuerpo es un elemento vital para tener paz.

En estos días trato de que los años no me pesen, sino que me aligeren la existencia, y eso se logra enfocados en lo esencial, que como decía Antoine de Saint-Exupéry, es invisible a los ojos. Y le agrego: a la vez nos hace trascender en el bien y ser más felices.

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