Pablo Gómez Borbón
Especial para elCaribe

He empezado, hace algún tiempo, a leer casi exclusivamente obras dominicanas. Tres razones me han empujado a ello: la nostálgica añoranza de un dominicano que ha vivido un cuarto de siglo fuera de su patria, la leve culpabilidad de no haberlas leído con mayor asiduidad y el deseo de leer por el placer de leer y no para preparar alguna de mis obras. Me referiré en este y otros artículos a las que me han parecido mejores. Empezaré hablando de Medalaganario, de Jacinto Gimbernard.

Publicada en 1980, Medalaganario narra la vida de Bienvenido Gimbernard, el padre del autor. Se trata de una novela maravillosa—y no de una biografía: cabe decirlo, pues más de uno es incapaz de hacer el distingo—, y esto desde tres puntos de vista: el literario, el histórico y el humano.

Es evidente que Gimbernard escribe sobre un tema que lo apasiona: la vida de su padre. Y ya se sabe: lo que se escribe con pasión, se lee con interés. En segundo lugar, lo hace en un tono sencillo y familiar, salpicado con los “dichos”, las “malas palabras” que caracterizaron siempre a su progenitor, razón por la cual los lectores criollos tienen, por regla, que identificarse con él, en mayor o menor medida. Por otro lado, la original personalidad del protagonista lo hace simpático a sus ojos. Gimbernard padre es iracundo, sarcástico, creativo y gusta de las bromas pesadas; es tenaz, testarudo, valiente e impulsivo. Es también contradictorio: es fatalista, pero, gracias a su voluntad, lucha con las adversidades para llegar a ser el extraordinario periodista y caricaturista que fue; es trujillista, pero ni es adulador ni se priva de decirle al dictador, con el mayor desenfado, lo que realmente piensa; en el ámbito familiar es un dictadorzuelo, pero adora —a su manera— a sus padres, hermanos y nietos, así como a su esposa y a su hijo. Bienvenido Gimbernard no es, en suma, ni un personaje aburrido ni plano.

El valor histórico de la novela reside en que, al narrar la luenga vida de su protagonista, la trama de la misma se extiende a lo largo de una buena parte del siglo XX. Ello nos permite conocer con cierto detalle el final del gobierno de Horacio Vásquez, el paso del terrible huracán de San Zenón, así como el ascenso del brigadier Trujillo y el inicio y fin de su dictadura. Al mismo tiempo, su posterior dictadura, el fin de la misma y los primeros pininos de la joven democracia. Medalaganario ofrece, finalmente, una visión desconocida de la vida capitaleña del luengo período en que se desarrolla su historia. Medalaganario combina la historia con mayúsculas con la que los franceses llaman la petite histoire. En sus páginas nos enteramos de que Concho Primo, personificación de los caudillos con los que acabó Trujillo, surgió de la feraz imaginación de su protagonista; y de que de ella misma brotó también el sustantivo concho con que se designan —o se designaba, no lo sé— a los carros públicos.

Pero Medalaganario tendría poca relevancia si se limitara a enumerar las ocurrencias de su protagonista: en ese caso, le cabría mejor, quizás, el nombre de anecdotario. Dijo Kundera que el objetivo de la novela es hacernos pensar sobre la condición humana y esta novela nos obliga a ello. Además de narrar la vida de Bienvenido Gimbernard y la de su familia, esta novela aborda temas universales y eternos como la fidelidad a la naturaleza de uno mismo, los límites de la paternidad y la emancipación de los hijos. Un tema particularmente emotivo es el de la llegada, lenta pero inexorable, de la vejez. La novela comienza haciendo reír pero termina provocando la tristeza del lector ante la certeza de que, como la de Bienve o Gim, su juventud se trocará en vejez, su salud en enfermedad y su vida en muerte. El autor logra retratar magistralmente la tragicomedia que es la vida. Digo magistralmente porque es difícil pasar de la comedia a la tragedia con la sutileza con que lo hace Gimbernard.

Medalaganario es una pequeña obra maestra. Medalaganario es una pepita de oro y como tal, es difícil de encontrar, porque, como denunció hace casi un siglo el doctor Moscoso Puello en Cartas a Evelina —obra a la que me referiré en mi próximo artículo— raros son los libros que en nuestro país pasan de una edición. Y aunque, por su calidad, de esta novela se han realizado cuatro ediciones, estas son poquísimas si se piensa que han pasado nueve lustros desde que, felizmente, vio la luz.

Y aunque sea difícil encontrarla, hay que buscarla: Medalaganario bien vale el esfuerzo.

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