Es mejor un presidente valiente que retrocede, que un jefe de Estado que se impone. Con esta frase resumo mis conclusiones sobre el significado político y social de la decisión de no presentar al Congreso un proyecto de reforma fiscal anunciada anoche por el presidente de la República, Luis Abinader.
La reforma fiscal es una necesidad de la que he escuchado hablar desde hace tanto tiempo, que ya olvidé cuándo se propuso. Y no necesariamente para crear nuevos impuestos; quizás más para ajustar la carga, simplificar los procesos, dificultar la evasión y obligar al gobierno (léase a los políticos) a la honestidad en el gasto, a impedir el saqueo de los recursos públicos, a que no existan barrilitos para legisladores, nominillas, francachelas con vinos y langostas en las oficinas de los funcionarios… En fin, eliminar todas esas suciedades que llenan de vergüenza la función pública.

Así lo veo. El discurso de anoche del presidente Abinader contradice la figura del presidente que es casi un Dios, que no se equivoca; casi un emperador que está por encima del bien y del mal dueño de vidas y haciendas, una figura de altares ante la que se quema incienso y se hace reverencia.

Un todopoderoso que es como el papa de nosotros los cristianos católicos, un ser infalible que no se equivoca, dotado de capacidades especiales para interpretar el bien y el mal, la vida y la muerte… y administrar las llaves de las puertas que llevan al cielo, al infierno, a la cárcel o al cementerio.

Prefiero que me dirija un ser humano, sensible, sencillo, con todas las fortalezas que nacen de los principios que inspiran los honestos en su caminar por la vida y el poder, y a las personas de este mundo. Seres que como humanos sienten, padecen, tiene flaquezas y defectos de los que no estamos libres las personas normales.

Prefiero un presidente que no se coloque por encima de la sociedad, o se piense y ubique más allá del bien y del mal. Sí me entusiasma un mandatario que tenga suficiente humildad para:
Ajustar el rumbo, cuando las dificultades en el trayecto lo sugieren como la decisión correcta.

Entender que no es el inventor ni dueño de la verdad, con facultades superiores para diferenciar el bien del mal y adivinar el futuro.

Aceptar que debe escuchar con atención el sentir que se expresa a través de otros liderazgos, que también son válidos.

Asumir que aun teniendo la razón y el poder, no puede imponerle su verdad a la mayoría si la sociedad no lo acompaña en su visión del proceso.

Actuar como un maestro y líder que orienta, informa, predica, educa, guía a su pueblo; como un Moisés en la travesía por el desierto.

No es bueno tener un presidente endiosado. Es preferible un líder humilde capaz de moverse paso a paso y asumir que un gobierno firme, también sabe escuchar a su pueblo y comprende cuando es el momento de estar cerca de la gente.

Quiero un presidente que acepte los límites del poder, capaz de entender que el resto del país es enorme y colectivo, y que como líder debe estar dispuesto a trabajar hombro con hombro con cada dominicano y dominicana para conseguir los objetivos que tenemos como nación. Y aceptar que necesita y pida a todos y a todas que lo acompañen.

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