Tras décadas de lucha enconada entre el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y la oposición, que ha llevado al país al borde de una guerra civil y exigido al pueblo resistir a toda costa la furibunda embestida injerencista contra su proyecto de justicia social, se llegó recientemente en México a una Mesa de Diálogo auspiciada por Noruega, la cual comienza a dar sus primeros frutos.
Sin la heroica resistencia del pueblo venezolano, que de forma resuelta y mayoritaria apoya a la Revolución Bolivariana, y sin la conducción flexible y lúcida del gobierno de Nicolás Maduro, los Estados Unidos y sus aliados no hubiesen aceptado este proceso de diálogo, tras ser derrotados en todos los frentes donde intentó ahogar al país para imponer sus planes y salvar sus intereses, en primer lugar, económicos. Este diálogo es, desde sus inicios, una victoria de la Revolución Bolivariana y de su pueblo, un reconocimiento tácito, por parte de la oposición y sus poderosos auspiciadores, de que ni mediante bloqueos económicos, guarimbas, intentos de golpe de Estado, magnicidios ni feroces campañas mediáticas, podrán lograr sus objetivos y que no les queda otra salida que dialogar y apostar por la paz.

En la cuarta sesión de conversaciones, se suscribieron dos acuerdos parciales sumamente importantes y de gran significado simbólico: el destinado a facilitar, de manera mancomunada, el acceso de Venezuela a los recursos necesarios para atender la crisis de salud pública en el país y acceder a las vacunas necesarias para enfrentar la pandemia de covid-19. El segundo acuerdo alcanzado establece que ambas partes apoyan el reclamo pacífico de Venezuela para que se atiendan sus demandas de soberanía sobre parte de la región del Esequibo, tema que enfrenta desde hace dos siglos al país con la vecina Guyana.

El mecanismo acordado para el funcionamiento de la Mesa de Diálogo estipula que se deben alcanzar acuerdos parciales sobre temas y problemas concretos a solucionar, antes de arribar a un acuerdo general. Es, precisamente, la forma en que se está avanzando. Para próximas sesiones se ha adelantado la inclusión de temas candentes como el de la recuperación de los activos venezolanos ilegalmente incautados por Estados Unidos en el exterior y el de la posible reforma del sistema judicial del país, tema, este último, propuesto por la oposición.

Los resultados de este diálogo son de competencia única y exclusivamente venezolana. Precisamente, como se va evidenciando, en la medida en que la sombra de los injerencistas es mantenida fuera de las decisiones que se adoptan, se acerca la posibilidad de un acuerdo histórico entre los venezolanos. Esta constante y grosera injerencia en los asuntos internos de una nación soberana ha sido el factor distorsionante decisivo en el agravamiento de la crisis. En la medida en que se mantenga el cumplimiento de este principio, más fructífera serán las conversaciones.

Queda mucho por delante, pero la sola acción de dialogar es señal esperanzadora hacia el futuro. Los acuerdos parciales logrados refuerzan esta percepción. El principal ganador en estas jornadas será el pueblo venezolano, que con ella reafirma su inquebrantable decisión de ser libre, independiente y soberano. Aquí coge vigencia el viejo adagio que dice: “Hablando la gente se entiende”.

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