Cada vez que una persona se encuentra en una situación de salud que pone en riesgo su existencia, es decir, padece de una enfermedad que sin tratamiento y una actitud positiva le podría causar la muerte, las personas le indican que es hora de luchar por su vida, que debe ser fuerte y asumir esta prueba con optimismo y valentía.

Cuando se está del otro lado, en esta situación, u otra que implique un gran reto, es decir, cuando te toca dar ánimos a quien ha recibido un diagnóstico de salud de esa naturaleza, o se enfrenta una difícil realidad, las palabras salen tan fácilmente, que ni siquiera te detienes a analizar el significado de lo que estás diciendo, y aunque tratas, no puedes imaginar lo que está sintiendo o pensando la otra persona.
Consolar es fácil, todos somos excelentes consejeros de los otros, todos sabemos qué decir a otros en todos los momentos y en todas las circunstancias.

Todos somos optimistas y positivos frente a las adversidades de nuestros amigos y familiares, pero, ¿qué pasa cuando somos nosotros los del problema?

Es entonces, cuando nos damos cuenta lo difícil que es ser optimistas y positivos. Es en ese momento en que entendemos, que aunque resulta muy fácil aconsejar y consolar a los demás, es imposible aconsejarnos o consolarnos a nosotros mismos. Somos guía de los demás, pero somos incapaces de guiarnos a nosotros mismos. Ofrecemos soluciones a los demás, pero no tenemos ni idea de como solucionar los problemas propios.

Afortunadamente, así como en su momento somos apoyo para otros, siempre encontramos el apoyo de esos otros cuando la adversidad toca nuestras puertas.

Posted in Mi Tiempo

Más de opiniones

Las Más leídas