Siempre nos han advertido de lo bueno que resulta, prevenir. Anticiparse a los hechos o a las consecuencias de algunas acciones o inacciones. Nos han hablado de que debemos ser previsores, de siempre andar, al menos un paso adelante, para poder divisar mejor aquellas piedras que se pueden ir colocando en nuestro camino, de modo que al llegar a estar cerca del peligro, estemos preparados para enfrentarlo.
Prevenir. Esa es la palabra. Se nos invita a ser previsores en el hogar, para evitar quedarnos sin aquellas cosas que necesitamos casi a diario. Debemos ser previsores en cada aspecto de nuestras vidas. En el trabajo, siempre es bueno adelantar un poco, por si en algún momento nos tenemos que ausentar.
En las asignaciones que recibimos con anticipación, nunca es bueno dejarlo todo hasta el último momento.
Pero, el terreno más importante, es precisamente en el que menos atención ponemos. Se trata de la salud.
De nada han valido las recomendaciones de los especialistas de la salud, en torno a la importancia de la medicina preventiva. Inculcar en la población, la costumbre de incluir visitas rutinarias al doctor, sin necesidad de sentirse enfermos, no ha sido una tarea fácil.
Al parecer pocos han escuchado y han seguido estos consejos.
Los demás han preferido lamentar a prevenir, y por eso, deben pagar un precio muy alto. A veces quizás el mayor de todos.