En una ocasión, mientras conversábamos sobre la importancia de tomar decisiones, el siempre recordado padre Ramón Dubert recurrió a una frase de Baltasar Gracián. Pedro, me dijo, “la vida de la persona es milicia contra malicia”. Nunca olvido esas palabras, especialmente cuando observo un mundo muy complicado, repleto de conflictos, egoísmos y luchas de intereses, pero también lleno de gente honesta, laboriosa y con vocación de servicio. Los corazones sanos son mayoría.
Ser miliciano es combatir y construir. Ser malicioso es huir y destruir. Así de sencillo. Ser miliciano es lanzarse con espíritu noble al campo de batalla, a sabiendas de que en todo hay luces y sombras, dulzuras y amarguras, amores y odios y que nuestra meta ha de ser, en toda circunstancia, elegir aquello que no altere nuestros principios.

Ser miliciano es actuar con valentía cuando sucede algo negativo que no esperábamos, que las adversidades, con diversas intensidades, son inevitables en nuestra cotidianidad; el verdadero miliciano no se deja vencer ni por las zancadillas de los malvados, ni por los tropezones de nuestras fragilidades humanas. Mantiene la frente en alto, aunque el cuerpo esté destruido.

Ser miliciano es cumplir nuestro deber, estando siempre donde podamos ser útiles para mejorar nuestro entorno, sea pequeño o grande. El miliciano no se estanca, evoluciona para bien, tiene ideales y lucha por hacerlos realidad. Ser miliciano es aborrecer la esclavitud en todas sus formas. El miliciano valora la libertad consciente, aquella nos da seguridad para hacer lo correcto, que hasta por intuición uno entiende lo que es debido o no.

En cambio, el malicioso golpea y sale corriendo como un cobarde, arrastrándose entre las sombras, donde trata de ocultar su vileza. El malicioso carece de alternativas sensatas. No es feliz. No duerme en paz. Tampoco tiene compasión y escrúpulos para enfrentar a quien osare penetrar de buena fe en su área, en su tierrita de bichos.

El malicioso anda con la conciencia enferma y con la mente preparada para maquinar e intentar echar abajo reputaciones.
Trata de llegar a la meta como sea: pisoteando, gozando con el dolor ajeno, burlándose del caído, envidiando al vencedor… El lema parece ser “o tú o yo”. Se esconde debajo de la cama cuando se le necesita, no da un paso a menos que le convenga. Y le guarda rencor al que se supera, porque, como dicen, el odio es la furia de los débiles.

¡“Milicia contra malicia”, qué profunda reflexión! Seamos milicianos en cada acto de nuestras vidas, sabiendo en todo momento que es preferible perder con honorabilidad que ganar con mezquindad. Eso sí, enfrentada a la malicia, la milicia tarde o temprano triunfa, no lo duden.

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