Hay ofertas para los hombres de vacaciones en la India: o rentan una niña durante su estadía y “la devuelven” cuando terminen sus vacaciones, o la rentan y al final se la llevan consigo.

Esto lo leí recientemente en un reportaje investigativo para la agencia humanitaria Global Citizen sobre como algunos hombres ricos de la región del Golfo Pérsico, que visitan el sur de la India (donde abunda el mercado tecnológico), hacen arreglos con niñas… o, mejor dicho, con el cuerpo de las niñas. Un infiltrado apellido Khan informa a la agencia: “Poníamos de 20 a 30 niñas en una fila para que cada hombre árabe seleccionara una. A las que no querían les daban 200 rupias (alrededor de 3 dólares) para que volvieran a sus casas. Los hombres venían con ropa de boda, jabones y lencería para la niña con la que se iban a casar. La mayoría de los matrimonios era la oferta temporal”.

Ante este escenario surgen demasiadas preguntas. Entre ellas, me pregunto qué le deparará a una niña que un hombre compre de esa manera. ¿Cómo saldrá esa muchachita de semejante laberinto patriarcal?

“Sí, pero esas son cosas que pasan en otros países. Aquí hay otras condiciones”, me argumenta un lector. ¿Y qué tan diferente fue la suerte que le tocó a Esmeralda Díaz Estévez, alias Yaniris?, refuto yo. Ella tenía 24 años y su marido, Daniel Alfonso Peralta, la mató hace pocos días. Cuando ocurrió el feminicidio Esmeralda era una mujer adulta, pero las condiciones de vulnerabilidad que violentaron sus derechos, y su calvario, empezó siendo una pre-adolescente.

Relata el señor Antonio Díaz, papá de Esmeralda: “Ese hombre le daba golpizas tres veces por semana. Mi hija vivió doce años encarcelada, sometida a todo tipo de maltratos y sin poderla ver y ahora también se va con mis cuatro nietas sin saber de ellas… Mi hija sometió varias veces a este hombre y nunca le pusieron caso”. En realidad, Ivelise Díaz, hermana de Esmeralda, dice que su hermana sometió al agresor en el 2012, pero que volvió con él porque temía las precariedades económicas que sufrirían sus hijitas.

Efectivamente, el periodista Miguel Ponce escribe para este medio que Esmeralda tenía 4 niñas: de 10, 8, 6 y 4 años respectivamente y que la relación con su eventual feminicida, tipifica como violación, pues empezó cuando ella tenía 12 años.
Ivelise, expresa que su empoderamiento como mujer fue amenazante para su cuñado agresor: “Yo tenía dos años que no la veía a mi hermana Esmeralda, porque le tenía prohibido que lo hiciera. Como yo dejé a mi exesposo por agresión, él pensaba que si me acercaba a ella le pediría que hiciera lo mismo”.

¡Qué crueldad! Dos hermanas: una logra salir con vida, mientras que a otra la mata el machismo violento. Esmeralda es un ejemplo de cómo la opresión de las mujeres muchas veces tiene arraigo en la niñez. Pudo ser nuestra futura lideresa, maestra, ingeniera civil… o lo que ella haya querido ser. Esa puerta se cerró bruscamente, y se le seguirá cerrando a muchas más hasta que, como sociedad, no aunemos esfuerzos coherentes para erradicar toda forma de discriminación contra las niñas.

La República Dominicana se encuentra en una encrucijada con las niñas: ellas nos necesitan para poder superar las fuerzas estructurales que las mantienen oprimidas, y la sociedad necesita su potencial para avanzar como nación. Felicidades al Poder Ejecutivo por emitir el decreto 357-17 que permite visibilizar el dilema que presentan las niñas, por medio del “Día Nacional de la Niña”. Esta conversación va para largo… vienen más artículos.

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