En nuestra relación con Haití destaco tres aspectos: el buen manejo diplomático de nuestros gobiernos, el ambiente de paz que reina con los haitianos radicados aquí y nuestra solidaridad cuando ocurren catástrofes en el vecino país. Como dominicano, me siento orgulloso de lo expresado.
En el primer caso, nuestros gobiernos han sido prudentes, esquivando dos ideas radicales, que por suerte son minorías: una, forzando casi la fusión entre ambos pueblos, buscando menoscabar nuestra historia e identidad; otra, promoviendo una xenofobia sin sentido, un nacionalismo impuro, como si todos no fuéramos hijos de Dios y no existieran derechos fundamentales universales.

Nuestros gobiernos también han actuado con inteligencia frente a una comunidad internacional que nos observa y en no pocas ocasiones inventa o interpreta de mala manera la realidad de la isla, con evidentes manipulaciones mediáticas, en especial cuando se refiere al trato que le damos a los haitianos que viven entre nosotros. Cualquier paso en falso provocaría serias sanciones y hay poderosos sectores detrás de eso.

En el segundo caso, entre dominicanos y haitianos existe armonía, no hay odios ni rencores (salvo excepciones de los inevitables fanáticos). Y he puesto como ejemplo, sin importar el estatus legal, lo que sucede en nuestros hospitales, donde se le da asistencia al haitiano, sobre todo a las parturientas; en los comedores económicos, nos mezclamos sin diferencia, donde haitianos y dominicanos recibimos comida por un ínfimo precio.

En nuestras universidades estudian miles de haitianos, casi todos con excelente comportamiento y muchos con buenas notas. También destacamos que en los tribunales laborales, los trabajadores haitianos, aun siendo ilegales, tienen los mismos derechos que los dominicanos.

En el tercer caso, cuando Haití es duramente afectado por huracanes o terremotos, los primeros en ayudar somos nosotros, sí, nosotros. Llegamos antes que todos y damos más que varias naciones ricas. En materia de solidaridad ganamos un oro olímpico.

Y ahora, con el pasado terremoto, se nota nueva vez cómo somos. Los dominicanos estamos presentes para apoyar a un Haití devastado, con cientos de muertos y miles de heridos. Y me refiero a la gente del pueblo, la que lleva su botellita de agua o sardina enlatada al centro de acopio de su parroquia, ora por los afectados, siente el dolor de las víctimas y sus familiares o aporta cien pesos en un telemaratón.

Resaltemos la labor de nuestras autoridades y de decenas de instituciones privadas que cumplieron su misión. Nuestro gobierno envió más de 60,000 libras de medicamentos, alimentos y otros insumos. Con hechos queda demostrado que los dominicanos valoran a nuestros hermanos haitianos, estén aquí o allá. Con amor los acompañamos en el momento que más lo necesitan.

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