La justicia dominicana es deficiente, mala. En pocas palabras no sirve. O, para no ser tan extremo, sirve para poco. Aunque, honestamente, mi desencanto es con la parte penal de la justicia, pero resulta que ésta es el barómetro para medir la “Justicia” nacional.

Cuando en las encuestas se manifiesta la situación de la justicia nacional, se habla de la parte penal de ella. Por ser la que más afecta a la mayoría de la población y, también, por ser la esperanza de redención contra la corrupción y el escudo en contra de los desafueros del poder. Por estas razones, cómo se perciba la Justicia penal será la percepción de la “Justicia”, en términos generales. La justicia penal es la vanguardia de la “Justicia” (con mayúscula).

Y esta justicia penal es mala, muy mala. Como dice el jurista Pedro Pablo Valoy: “Tenemos veinticinco años con la discusión de los mismos temas en la justicia penal”. Y tiene mucha razón, pues aún se suspende decenas de audiencia diariamente por asuntos de notificación o porque el juez suplente debió ir a suplir a otro lado primero y se le hizo tarde y los usuarios, a los que se respeta poco, esperando desde las 9 de la mañana. Incluso, por falta el fiscalizador, en algunos juzgados de paz o por falta de un salón para conocer del proceso.

Y los índices de la mora judicial, precisamente el tema central del primer discurso del actual presidente de la Suprema Corte de Justicia, si parto de mi limitada experiencia personal, y de lo que veo en los grupos de abogados en los que comparto, deben estar más altos que nunca.

En la Provincia Santo Domingo, por ejemplo, usted deposita un recurso de apelación de sentencia y, sin más ni menos, pueden pasar más de seis (6) meses para enviarlo a la Corte. Y, en la Corte, durar varios meses más para fijar la audiencia. No hay respeto a los usuarios y, obviamente, este plazo, luego lo calculan en contra de las defensas.

Porque, total, con argumentación y ponderación todo se puede. No hay parámetros ni control. Todo puede ceder, por vía de consecuencia no hay certeza de nada. Y todo esto influye hasta en la calidad de nuestra democracia. Sin una justicia fuerte e independiente, que pueda contener al poder, no puede existir un verdadero sistema democrático, con “pesos y contra pesos”.

En síntesis: el sistema es malo, los jueces parecen fiscales; a los usuarios no se les respeta; los plazos no se cumplen, las decisiones son malas, los fiscales no son objetivos, esto afecta la calidad de nuestra democracia y un largo etcétera. Claro, hay excepciones en todos lados, pero son los menos.

El doctor Valoy me dice que no hablemos de derecho y menos de derecho penal, sino de religión, donde él es un experto, o de temas científicos, que a él le atraen, que no vale la pena seguir dando vueltas sobre los mismos temas sin ver una solución real cerca. En el fondo, en su desencanto, Valoy tiene razón, pero yo prefiero hablar de poesía, de la cigua palmera o de la “piedra filosofal”.

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