“¡Hurra! por fin ninguno es inocente”
Juan Gelman

Cualquier somera enumeración de los procesos electorales recientes en el continente nos puede servir para advertir que las democracias post-dictaduras están en franca y definitiva decadencia. No es que eso sea un problema. El problema reside en que no tenemos propuestas de substitución y tampoco observamos la más mínima preocupación por “democratizar” las elecciones. Así, anclados en el peor de los mundos, no se avizoran ni mejorías ni alternativas.

Respecto de la alta abstención en las pasadas elecciones dominicanas nuevamente se mantiene la tendencia de que quienes asisten a votar mayoritariamente son los electores residentes en las provincias donde la pobreza es mayor. Por el contrario, las provincias con mayor abstención son aquellas con los más altos niveles de escolaridad y con mayor acceso a medios tecnológicos, TV y radios. Esas evidencias desmienten categóricamente el muy doctoral anuncio de una comentarista local a quien escuché afirmar en un programa televisivo que la abstención se debió a que “lo que quiere la ciudadanía es que le resuelvan sus problemas”. Entonces, la tendencia histórica en el país lo que nos dice es que el voto y los problemas van por caminos distintos.

Desde otro reiterado análisis se plantea que los responsables son los partidos. Haremos como que no nos hemos enterado de la denuncia de que el día de las elecciones municipales se compraron unas 600.000 cédulas de identidad (7,5% del padrón electoral), que incluso muchas de ellas no se devolvieron una vez finalizada la votación para conseguir un dos por uno y que las devolverían una vez concluidas las votaciones de mayo. Vale insistir que sólo los partidos con sus recursos pudieron comprar cédulas.

Sin intención de hacer una defensa de los partidos -especialmente de los que buscan ganar elecciones cometiendo delitos- se debe recordar que en general en América el rechazo y el hartazgo no es solo contra los partidos, es para todos los componentes del sistema político: gobierno, parlamento, justicia y demás. Y podemos hacer aun más extensiva la enumeración si entre los dueños del rechazo y del hartazgo incluimos a las élites.

Desde el famoso Consenso de Washington se impuso la idea de que el problema de todos los problemas era el Estado y consiguientemente la política. Para imponer aquello y transformarlo en “sentido común” como se dice ahora (sigo prefiriendo a Gramsci y su idea de hegemonía) tuvieron grandes ayudas financieras a los que el propio Hayek denominó “vendedores de ideas de segunda mano”. A los vendedores chilenos los podemos encontrar fácil después de la revuelta popular de 2019 en los acuerdos del 15 de noviembre y aquí en Dominicana también: basta con buscarlos en una foto de la primera fila de la plaza de la bandera.

¿Y qué tendría que ver esto con la abstención? Que la ciudadanía ha visto sorprendida la facilidad con que se pasa de los movimientos sociales a los poderes fácticos, de cómo un activista se transforma en ministro, en un alto funcionario o en embajador. Esas actuaciones aumentan también -y no sabemos todavía cuánto- el descrédito y la desconfianza en el régimen político.

Finalmente -aunque pueda resultar alarmante escucharlo- están las elecciones, que se han transformado en la roca atada al cuello de las democracias post dictadura. Son éstas la institución que más daño le ha hecho a esa democracia decadente.

Al descrédito hay que añadir las modalidades de elección de los candidatos, que han llegado al extremo de incluir a las encuestas como método de elección. Sin olvidar en ese proceso que el papel más influyente fue el desempeñado por el ¡Tribunal Supremo Electoral! Por acción o por miedo.

Los candidatos son también parte del descrédito del sistema. Hay ejemplos que no nos dejan mentir, como el de aquel acuerdo “liminar” de un candidato a senador con sectas religiosas. Esas conductas han vuelto a ser protagonistas en el actual proceso con modalidades que se deberían evitar como estrategia electoral.

Es difícil, es complicado, pero lo que tenemos nos obliga a pensar en algo nuevo.

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