Dicen que no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige, al menos, eso afirmaba el alemán Arthur Shopenhauer. Un mantra que bien pudiera aplicarse al conflicto catalán y a su fuente inagotable de artimañas efectistas, que al más puro estilo hollywoodiense han pasado por los ojos de todo el mundo. No sólo por las derivaciones de la consulta independentista al margen de la Constitución española, en el proceso secesionista y la transición a la estatalidad en el artículo 155, sino por el actual aplazamiento del debate de investidura y, sobre todo, por el discurso de Puigdemont de que no hay otro candidato posible, a excepción de él, para afrontar con ahínco y con valor la cuestión catalana.

Paradójico o no, un hombre, a caballo entre la legalidad e ilegalidad permitida en las reglas de juego del marco europeo, se siente envalentonado para gobernar a través de un plasma ubicado en la ciudad donde actualmente reside, la ciudad belga de Waterloo, a 30 kilómetros al sur de Bruselas. Supongo que Puigdemont plantea algo así como gobernar “en diferido”. No estaría mal que Churchill levantara la cabeza para decirle que el problema de algunos políticos es que no quieren ser útiles, quieren ser importantes a cualquier precio. Si no, cómo entender el primer intento de Declaración Unilateral de Independencia y su suspensión al minuto después.

Eso o que se halla inmerso en el rol protagónico de alguna novela de Camus, en un permanente abismo entre el yo y el mundo.
Nada más que ver cómo en Bruselas se presenta al más puro estilo místico del Mahatma Gandhi pacifista, con eurodiputados que disertan sobre derechos civiles y el caso catalán, mientras en España sería más el protagonista de emular a un violento Tejero, grito en alto y pistola en mano.

La investidura frustrada en el parque de la Ciutadella empañó de colores grises las inmediaciones del Parlament. Si no se tratara de un capítulo más del teatro del absurdo en el que se ha convertido esta farsa, el sentido común motivaría a buscar que otra persona pudiera ser el nuevo presidente de Cataluña. A poder ser, con la premisa inicial de tener la capacidad suficiente y la voluntad de negociación para un verdadero diálogo dentro del marco democrático. Que continúe el show. Las cámaras, como en la película El Show de Truman, buscan capturar cada instante, de este episodio singular de la historia política y social española.

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