Conozco personas que podría llamar perfeccionistas. Lo que sale de sus manos no debe tener errores. ¿Es malo? Claro que no, siempre que sea útil lo logrado. Y que no se haya dejado de hacer otras tareas por buscar dicha perfección.

Me gusta que las personas persigan un excelente resultado. También me encantan los que logran muchos resultados… aunque no siempre perfectos.

Pienso que lo mejor se logra cuando uno lo que persigue es la excelencia.

No puedo ser mezquino, los que más me gustan son los que logran muchos resultados excelentes. Claro, no son perfectos, ni son tantos. Pienso que es un buen equilibrio.

Las personas perfeccionistas han pasado por un proceso de adoctrinamiento que está bien atrás en sus vidas. Las consecuencias quizá las vivirán de por vida. Padres exigentes con rendimiento académico, jefes y profesores nada tolerantes a los errores cometidos, etc.

De adultos se exigen a sí mismos, demasiado diría yo. Se terminan cargando de tareas porque delegar resulta en recibir errores o ejecuciones que podrían ser mejores. El estrés y la ansiedad se encargan de su vida.

Estamos viviendo una época de dejadez e inmediatez. Las personas quieren hacer las tareas por salir de ellas y sin prisa. Hacer algo no es una motivación en sí, ni siquiera la paga que puede traer estimula a hacerlo rápido… mucho menos bien.

Vivir entre estas dos aguas no es fácil. Un supervisor perfeccionista con colaboradores modernos es un gran inconveniente para todos, principalmente para la productividad y los clientes. Ni decir lo que enfrentan los padres.

Veo cómo se destacan los que sí buscan la excelencia. Ya sea en una tienda o en un deporte. Hoy no basta el talento, se requiere de ardua disciplina. Necesitamos un corazón ardiente, gracias a un cerebro programado en busca de ser mejores cada día.

Pienso que lo mejor es tener un compromiso, más que con la perfección, con la excelencia. Y es un compromiso con uno mismo, diario y permanente.

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