Estoy en Chennai, India, en las Olimpíadas Mundiales de Ajedrez, acompañando a nuestros equipos masculino y femenino. Como suele suceder cuando estamos entre hermanos de otras naciones, los dominicanos nos destacamos por nuestra alegría, cordialidad, sanidad de espíritu y la bulla. Lo último no lo apreciamos porque lo sentimos muy natural.

Nuestra forma de ser atrae, lo que combinado con nuestras bellezas naturales nos hace agradablemente diferentes. Los extranjeros quieren visitarnos y conocer nuestra gracia caribeña, mezcla perfecta de tainos, africanos y españoles.

Al terminar la partida del juego-ciencia, cené con dos jugadores europeos que recorrieron en moto varias de nuestras provincias, quedando encantados con lo vivido y observado. Querían saber más de nosotros. Me sentí interrogado, pero feliz. Orgulloso estaba: cuando traspasamos nuestras fronteras nos fascina conversar sobre nuestro país, afirmando que es el mejor del planeta.

Luego de explicarles lo que era el merengue y la bachata, el ron y el tabaco, el mangú y la “habichuelas con dulce”, tomé la iniciativa y pregunté: ¿qué ustedes opinan de nosotros? Esperaba ansioso las respuestas, las cuales resumiré, donde ellos resaltaron el verbo “hablar”.

“No entiendo cómo ustedes hablan todos al mismo tiempo y apenas se escuchan a sí mismos. Si hay diez personas reunidas nadie le pone atención al de al lado, eso es habla y habla, y si alguien dura algunos segundos hablando solo, lo interrumpen inmediatamente. Eso es increíble”.

“Algo sorprendente es que cuando ustedes hablan tienen la manía de tocar con el dedo índice el hombro o la rodilla de quien supuestamente los escucha. En otras palabras, ustedes hablan dándose golpecitos, lo que es entendible porque al que habla no le prestan atención”.

“En ningún lugar del mundo se habla tanto de política como en Dominicana. Todos los canales de televisión tienen en la mañana espacios para hablar de política; ustedes opinan y teorizan demasiado de política local o internacional, como si fueran expertos en la materia”.

“Para ustedes hablar alto es tener la razón o tal vez juran que los demás son sordos. Cuando hablan, parece que pelean y nosotros, que no entendemos bien lo que ocurre, nos asustamos, creyendo que estamos al borde de una tragedia. Pero no es así. Luego del alboroto cada cual sale tranquilito y quizás los contrincantes hasta sus traguitos se beben después”.

Al despedirnos, me dijeron que tenían previsto volver a nuestra patria, porque les agradó cómo somos y quedaron impresionados con nuestros paisajes. Parece que allende los mares piensan que hablamos hasta por los codos. Y no es así. Eso voy a discutirlo con mis amigos, si es que me dejan hablar, porque ni jugando ajedrez guardan silencio.

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