Contar los viejos problemas ambientales del vertedero de basuras a cielo abierto de Duquesa, es como contar una vieja y repetitiva historia de fantasías incendiarias rurales ampliamente conocida por todos los ciudadanos del Gran Santo Domingo, quienes durante más de 30 años han escuchado esas impresionantes historias en las prédicas del sacerdote enojado por los problemas respiratorios comunitarios, en las horas santas de 9 días del abuelo que murió afectado por el humo, en la sacristía de la iglesia cuya pintura interior cambia de color cada vez que hay un nuevo incendio de basuras, en las reuniones vespertinas del grupo de dominó donde cada uno pone las fichas con la mano izquierda porque con la mano derecha debe agitar un pedazo de cartón para espantarse las plagas de moscas parecidas a las plagas de Egipto narradas en el libro del Éxodo, así como las historias escuchadas en el colmadón barrial que cada hora despacha 60 cervezas llamadas ahumadas porque saben más a humo que a cervezas refrigeradas, y a las historias escuchadas en la sala de reuniones de cada vieja alcaldía que dice adiós y se marcha del solar con cada nuevo proceso electoral, pero que no se atreve a contar a la nueva sala capitular el grave problema ambiental que van a encontrar.

Y es que hay un inexistente puente adimensional entre las viejas alcaldías que se acaban de marchar después de perder un proceso electoral y las nuevas alcaldías que victoriosas acaban de entrar, puente que nadie se atreve a cruzar porque la vieja historia barrial dice que quien lo cruce va a entrar en una cuántica ventana atemporal que conduce a una antigua ruta medieval que está camuflada por la densa bruma del humo del basural, y que todo alcalde que ha entrado no ha podido regresar, porque según los salmistas esa ruta conecta a la capital con el infierno terrenal.

Cuentan los vecinos que consultan los altares de oración instalados en cada demarcación, que los alcaldes que logran cruzar ese inexistente puente adimensional, y esa cuántica ventana atemporal, al llegar a ese infierno terrenal se encuentran con vecinos de Duquesa que han sido afectados por enfermedades respiratorias, por neumonías propias de la Klebsiella, por tuberculosis, por leptospirosis, por llagas en manos y pies resultantes de lavados con aguas contaminadas por lixiviados, por enrojecidos forúnculos resistentes a la penicilina, y por diarreas incontenibles propias de la ingesta de aguas cargadas de Escherichia coli, de Enterobacter, de Citrobacter, de Salmonella y Shiguella.

Está claro que bajo ese escenario fantasmal ninguna alcaldía municipal asumiría la solución ambiental al viejo basural de la capital, pues es preferible fracasar, echando cuanta agua y cuantos cuentos podamos encontrar en las páginas intermedias del almanaque de Bristol que traía el santoral, cada vez que se incendie el vertedero más grande del territorio nacional, pues esa ruta es menos tenebrosa que ponerse a inventar cruzando un puente adimensional que nadie quiere cruzar por desconocer la ecuación lineal que hay que desarrollar para abrir en reversa la cuántica ventana atemporal.

Y en esa constante peregrinación peatonal vivimos los ciudadanos de la capital, los que con cada incendio del basural nos debemos conformar con escuchar las etéreas explicaciones que recibimos de cada sala capitular instalada en cada punto cardinal: sur, este, norte y oeste, aunque todas, por andar sin brújulas, y sin cristales birrefringentes de espato de Islandia, no han podido encontrar el camino real para la correcta disposición final de nuestras basuras que deben llegar a un nuevo e impermeable lugar, donde se puedan separar, clasificar y reciclar, alcaldías que sólo se conforman con recoger y mal tirar las 4 mil toneladas métricas de desechos sólidos que produce toda la capital.

De igual forma, el ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y el ministerio de Salud Pública, que se comprometieron frente al Tribunal Superior Administrativo con una solución ambiental funcional, se han desentendido del problema quizás por falta de capital, y cada vez que un nuevo incendio nos ha despertado en la madrugada, porque la capital está inundada con denso humo con mal olor infernal, se han limitado a observar como el ministerio de Obras Públicas, por mandato presidencial, lleva sus tractores y camiones para poner cobertura de caliche provisional que sirva para anestesiar a los ciudadanos de la capital, en lo que luego se juramenta y asume una nueva sala capitular, con toda la autoridad para explicar que como acaban de llegar no son responsables del viejo problema ambiental, y que los ciudadanos debemos esperar a que puedan contratar una solución real, y en esa larga espera los niños se han puesto adultos, los adultos se han puesto viejos, y los viejos han cruzado el inexistente puente adimensional que conduce a la cuántica ventana atemporal que los lleva desde la capital al infierno terrenal… Fin de esta historia.

(Nota: si usted no entendió esta historia, no se preocupe, porque tengo 20 años tratando de entender la historia del por qué no se ha resuelto el viejo problema ambiental del vertedero de basuras de Duquesa, y no logro entenderla).

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