Vivimos en una época complicada, de bruscos cambios e intereses extraños. Un líder que impacta en el escenario nacional o internacional debe tener madurez, serias convicciones, prudencia, responsabilidad y valor, a sabiendas de que siempre habrá alguien inconforme con sus posturas.

En este escenario mundial, tan diverso como confuso, emerge una voz respetada: la del papa Francisco. Sus reflexiones reflejan las enseñanzas de un Cristo universal, hijo de Dios y humano a la vez, que lanza su grito contra los abusos, tiende su mano al necesitado de fe y de pan, busca la armonía entre todos y promueve valores morales.

Hace días el papa Francisco reflexionó sobre las cadenas que sofocan la libertad de la humanidad, y se refirió a varias adicciones que nos esclavizan, nos convierten en seres insatisfechos, y nos devoran la energía, bienes y afectos. Las adicciones son, entre otras: las modas, el miedo, la intolerancia y la idolatría del poder.

Contaré una experiencia en la que me sucedieron todas esas adicciones. Yo tenía 16 años. Conseguí mi primer trabajo, por un mes, en Seguros San Rafael, para abrir y enviar cartas, colocar sellos y llevar café a todos lados. Mi labor siempre la hice con esmero, trataba de ser el mejor en mis sencillas pero imprescindibles funciones.

Con lo que me pagaran, que era RD$125.00 (ciento veinticinco pesos) podría adquirir varias camisas de cuadros, algunos libros, comer pizzas en El Edén, en Santiago, ir al cine a ver a Bruce Lee, un guante de béisbol…

Entonces, cuando se acercaba la fecha de recibir el cheque, algo me sucedió. Andaba inquieto, casi ofensivo, extasiado porque pronto sería rico, o al menos tendría una cantidad de dinero impensable para mí. ¿Qué haré con esos “cuartos”? ¿Alcanzará para todo lo que sueño? ¿Seré alguien poderoso?

No notaba mi conducta inapropiada, aunque mis compañeros de labor sí. Uno de ellos me lo hizo saber, aunque tampoco conocía los motivos. A mi consejero, el padre Ramón Dubert, le expliqué la situación. Entendió de inmediato. “El dinero Pedro, el complicado dinero cambia a la gente, la vuelve loca, tenlo presente para que no te suceda de nuevo”. Y remató: “El que solo piensa en dinero es egoísta, es capaz de hacer daño y calumniar para alcanzar lo material, es una vergüenza para la sociedad y lo que logras de alguna manera se lo quitas a los demás”. Nunca olvidé esas palabras.

Luego de ello, volví a mis orígenes y terminé mi trabajo con honor, más triste por los amigos que dejaba que contento por los miserables chelitos que recibiría, que ni recuerdo en qué los gasté. Tengamos cuidado con las adicciones descriptas por el papa Francisco y llevémonos del consejo del padre Dubert.

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