Nos decía André Malraux, novelista y político francés, que “un hombre es la suma de sus actos, de los que ha hecho y de los que puede hacer”. En resumen, lo que hacemos es nuestra carta de presentación, por lo que se nos juzgará, y aparece silvestre, salvaje, no cuando tenemos necesidades o problemas, si no en nuestros momentos de poder y fama, rodeados de laureles y aplausos, de adulones y manjares.
La mayor tentación de la ambición y la locura son el poder y la fama, pues nos inducen a subir montañas para luego caernos de golpe porque nuestras alas llevaban mucho peso. Muy pocos están preparados para asimilar correctamente esas dos palabras, que parecen antónimas de sencillez y cordura, virtudes que posee, para citar uno, el papa Francisco, fortaleciendo su liderazgo, que debe ser referencia.

Enfrentados a las adversidades, en los hombres y mujeres comunes suelen surgir fuerzas ocultas, hasta entonces inimaginables, que inmediatamente mueren al vencer. Y entonces, de regreso a lo cotidiano, renacen los viejos vicios, el cuerpo cansado, la debilidad del alma y el pensamiento ordinario; y se vuelve a ser lo que se era.

Por el contrario, los seres privilegiados por las diferencias accidentales, los protagonistas de la historia, los que han dejado huellas positivas, atrapan en el instante preciso esas fuerzas y evitan desprenderse de ellas. Ahí radica su éxito. Me refiero a aquellos que lucharon por un mundo mejor, pues los que usaron la notoriedad para destruir no cuentan en esta historia.

La esencia de cada mortal brota cuando somos dueños de cosas materialmente valiosas o guiamos el destino de los demás; ahí se determina para qué somos capaces. Nos descarrilaremos si creemos torpemente que somos el centro del universo; entonces la vanidad infantil y la gloria efímera destruyen nuestro juicio.

Por ejemplo, desde hace décadas, he conocido personas con altos cargos públicos que humillaron a quienes consideraron seres sin importancia, y luego, ya alejados del poder, los otrora funcionarios tuvieron la necesidad de recurrir, de pedir favores, a quienes maltrataron. Y ya saben los resultados. En el sector privado sucede igual; en la vida, para ser más completo.

El poder y la gloria son excelentes instrumentos para ser recordados como constructores del bien. Desde cualquier posición que estemos, concejales, alcaldes, diputados, senadores, ministros, presidentes… no importa de qué partico político seamos, que los colores son intrascendentes al momento de cumplir el deber, siempre enfoquémonos en servirle a los demás y trabajar como Dios manda, sin que el poder y la fama obnubilen y marchiten nuestra esencia. Y esto va para los que están, los que estuvieron y los que aspiran llegar.

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