La honestidad se ejerce en el día a día, en la cotidianidad, en asuntos pequeños y grandes, en el trato que le damos al prójimo, en nuestras familias, en nuestro trabajo. No se pregona, los hechos le dan valor, no las palabras.
Hace años escribí esta breve historia que hoy comparto. Se refiere a la honestidad y a la forma en que la asumimos. Cuando la he presentado, los comentarios son interesantes, algunos esperanzadores, otros tristes, donde se reflejan las fortalezas y debilidades humanas.

“Don Plutarco olía a seriedad. Su nobleza se notaba desde lejos, aunque no todos la entendían y compartían. Hacía el bien en silencio, como se debe, sin cacarear, sin testigos. El hombre vendía frutas en el mercado de un pequeño pueblo.

Aquel domingo comandado por un enérgico sol, se le acercó un sonriente ciclista que por su físico y aspecto informal no había dudas de que era turista. Por ser blanco y rubio también hubo inmediato consenso de que era americano.

En el lugar eso fue un acontecimiento, casi como la muerte de un parroquiano. Muchos salieron de sus casuchas a contemplarlo. Los niños lo señalaban sonriendo y las jóvenes suspiraban por él.

El míster compró frutas y continuó su rumbo, llevando su caribeño cargamento en una mochila de colores que combinaba con las tonalidades de su contenido. Los presentes se percataron de que el gringo había olvidado su cartera, la cual estaba repleta de dólares.

La tentación se apoderó de los que estaban en la frutería, menos de don Plutarco, quien, tomando la billetera con agilidad, se montó en su mula y acompañado de su compadre siguieron al forastero. Cuando lo alcanzaron, don Plutarco se desmontó y le entregó al despistado lo que le pertenecía. El turista dio las gracias y se marchó complacido.

Los vecinos, ansiosos, esperaban las noticias. Si bien era cierto que sabían de la honradez de don Plutarco, apostaban a que ahora sería diferente, pues era una oportunidad única para que agrandara su negocito; además, todos conocían las mañas y el mal corazón de su compadre.

Cuando regresaron, la gente buscó respuestas. Don Plutarco no dijo nada. Su compadre narró lo ocurrido luego de maldecirlo y de casi golpearlo. Desde entonces, el cuento de moda en la comarca es que el americano debió regalarle diez pesos al fatal de don Plutarco para que comprara una soga y se ahorcara por pendejo”.

¿Con quién te identificas de los personajes mencionados? ¿Qué harías en el lugar de cada uno? Solo puedo afirmar que ser honesto deja beneficios: nos mantiene el rostro feliz y la conciencia en paz. ¡Y eso es ser realmente rico!

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