Demás está discutir cómo los países desarrollados han gestionado sus espacios públicos que tienen el privilegio divino de estar en un entorno donde las aguas, además de preservar la salud del planeta, también pueden activar una economía que se genera a partir del atractivo de esta belleza natural y como se explota con quienes gustan de estos ambientes.
Nuestra Constitución, en su artículo 61 establece el “Derecho a la salud”, cuando dice que “Toda persona tiene derecho a la salud integral. En consecuencia: 1) El Estado debe velar por la protección de la salud de todas las personas, el acceso al agua potable, el mejoramiento de la alimentación, de los servicios sanitarios, las condiciones higiénicas, el saneamiento ambiental…”.

Este mandato de la Constitución ha sido ignorado si miramos las condiciones en las cuales está el rio Ozama, el cual, fruto del rentismo de empresas como la propietaria de la barcaza instalada por años ahí, ha sido convertido, entre otras cosas, en una masa de agua contaminada, poco atractivo para la explotación turística.

En octubre del 2020 el presidente Luis Abinader recorrió parte del rio Ozama, donde prometió parar de una vez y por toda la contaminación que por años le afecta, en conjunto con programas implementados por la Presidencia junto al Ministerio de Medio Ambiente, la Alcaldía del Distrito Nacional, Alcaldía de Santo Domingo Este y la Armada de la República Dominicana (ARD), pero aun esta promesa del presidente no ha rendido frutos.

En ese sentido, si me dirigiera al presidente, pudiese pedirle, por ejemplo, que empiece a trabajar por el río Ozama a partir de las palabras que en enero de 2021 el ministro de la Presidencia Lisandro Macarrulla, quien advirtió que, si “el Gobierno determinaba que la barcaza anclada en el río Ozama, está contaminada, será intervenida para evitar mayores consecuencias al medio ambiente”.

Presidente, este es uno de nuestros recursos acuíferos en peligro y, por tanto, que crea una alerta para la vida marina y la salud de quienes habitamos en la superficie y vivimos por el preciado líquido, además de que desluce la puerta al nuevo mundo por la cual entran miles de turistas cada año que mueven nuestra economía, creando y manteniendo una cantidad importante de empleos directos e indirectos para los dominicanos.

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