Durante la reunión que tuvo lugar la semana pasada en Jamaica con los países de la Comunidad del Caribe (CARICOM), el representante de la principal potencia económica, política y militar del hemisferio occidental y del mundo, informó que han acordado promover una “transición” en Haití que incluye la creación de un consejo presidencial independiente, de base amplia e inclusive que tome pasos concretos para satisfacer las necesidades inmediatas del pueblo haitiano”; permitir el “rápido despliegue de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad” y crear la “seguridad que es necesaria para celebrar elecciones libres y justas y que llegue la ayuda humanitaria”.

Este anuncio deja ver claramente que nuestro Gobierno debe continuar fortaleciendo los pilares de la institucionalidad que debe normar la inmigración haitiana, para adecuarla a las necesidades y posibilidades de nuestra economía de absorber mano de obra haitiana en los sectores en que esta genera beneficios para las dos naciones. Está clarísimo que el mantenimiento de la doctrina “Liberal Democracy For All”, sin importar la historia, los valores, la cultura, las creencias, las costumbres y el nivel educativo y de desarrollo de los pueblos que conforman las naciones, es una clara señal de que Haití seguirá en caída libre hacia el precipicio. Nuestro deber, como nación, es evitar que su colapso nos arrastre.

Hace dos años, en un conflicto de las gangas Gran Grif y Ti Mapri en el valle del Artibonito, el mundo observó una escena realmente trastornadora: un miembro de una de las gangas tomó un trozo de la pantorrilla de un contrario que ardía en fuego y lo ingirió como alimento. No sé realmente qué puede haber cambiado en el país vecino en los últimos dos años, que lleve a pensar a los gobiernos del hemisferio occidental desarrollado, que Haití constituye una geografía fértil para recibir la semilla de la democracia liberal que Occidente insiste en exportar como sistema político a todas las naciones del mundo.

A los dominicanos nos encantaría que nuestros vecinos estuviesen listos para hacer el tránsito a la democracia desde el caos que ha prevalecido en esa nación desde que los esclavos, bajo el liderazgo de Dessalines, declararon la independencia el 1ro. de enero de 1804 y masacraron a los blancos franceses que quedaban en la parte occidental de la isla, masacre que terminó resultando muy onerosa para los haitianos por el gigantesco costo de las reparaciones que Francia cobró a Haití a cambio de respetar el deseo de los haitianos de ser libres e independientes.

Es difícil entender la obsesión occidental con la democracia liberal como único modelo político posible para fomentar el desarrollo de las naciones. Algunos sostienen que la frase célebre de Churchill cuando afirmó que “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás” cerró prácticamente las puertas a otras opciones que, quizás, durante una etapa importante del desarrollo de una nación en particular, podrían hacer sentido. A Churchill debemos excusarlo. En los tiempos que vivió solo pudo observar los resultados de los regímenes políticos autoritarios que habían abrazado el sistema de planificación central anti-mercado como modelo de asignación eficiente de los recursos económicos, impidiendo que las valiosas señales que envían los precios pudiesen guiar las decisiones de los agentes económicos. Churchill no vivió lo suficiente para aquilatar lo que han logrado algunos sistemas políticos autoritarios y de partido único, dotados de un “Proyecto de Nación”, cuando permiten que las decisiones económicas sean mayoritariamente tomadas por los productores, vendedores y consumidores que interactúan en el mercado. No pudo ver el progreso de Taiwán, Singapur, China y Vietnam. Tampoco el de Chile, luego del derrocamiento de Allende.

Lo que sí resulta extraño es que Occidente se haya identificado más con la posición ideológica de Churchill que con las visión estratégica y pragmática de Franklin Delano Roosevelt, quien, desoyendo las recomendaciones de Churchill, comprendió la necesidad de reunirse y entenderse con Stalin para poder derrotar a Hitler. Churchill desconfiaba de Stalin, pero Roosevelt sabía que su participación y disposición a entregar la vida de más de 20 millones de soviéticos era esencial para que los aliados pudiesen derrotar a Alemania en la Segunda Guerra Mundial. El dogmatismo de Churchill tuvo que ceder el espacio al pragmatismo y la sensatez de Roosevelt. Lamentablemente para la humanidad, el pragmatismo de Roosevelt, luego que Nixon y Kissinger lo tomaran como se agarra el testigo en una carrera de relevo, no encontró más corredores pragmáticos en el camino. El dogmatismo regresó y hoy se pasea en barcos que transportan furgones con banderas que rezan ¡Democracia o Muerte!, La Impondremos.

La obsesión occidental con la democracia liberal como única opción de sistema político para Haití, está pasando una factura muy costosa a la República Dominicana. En los últimos 94 años, Haití ha tenido 34 jefes de Estado (contando una sola vez a los que han repetido), lo que arroja una estadía promedio en el cargo de 2 años y 9 meses, reflejando un nivel de inestabilidad alarmantemente elevado. Ningún “Proyecto de Nación” puede ejecutarse bajo un sistema político con semejante grado de intermitencia. En ese mismo período, nosotros hemos tenido 13 jefes de Estado dirigiendo los destinos de la nación, con una estadía promedio de 7 años y 3 meses. Realmente quisiéramos que los haitianos pudiesen vivir y progresar bajo un sistema democrático como el que disfrutamos nosotros. Sin embargo, si engavetamos la hipocresía y las poses asociadas a lo políticamente correcto, tenemos que reconocer que ese deseo no pasará, en los próximos 50 o 100 años, de ser un triste ejercicio de “wishful thinking”.

Haití necesita un dictador benevolente, un gobernante autoritario comprometido con un “Proyecto de Nación” a ser ejecutado, contra viento y marea, durante 30 años. Durante las próximas tres décadas, nadie hablaría de celebración de elecciones libres en un país donde todas las instituciones que requiere la democracia para funcionar nunca han existido o han sido totalmente desmanteladas. Sí, “el contrato” debe ser por un mínimo de 30 años y condicionado al acompañamiento de un equipo de tecnócratas haitianos de alto nivel, con capacidad de diseñar una carta de ruta que permita a Haití salir gradualmente del profundo subdesarrollo en que se encuentra. El dictador benevolente debería recibir el apoyo permanente de países de Occidente donde todavía queden vestigios de pragmatismo, el mismo que exhibieron Nixon y Kissinger en 1973 al concluir que Chile necesitaba un fuerte giro de timón para no convertirse en la segunda Cuba de la región, independientemente de que aquella decisión implicase un golpe como el del Pinochet, que allanó el camino a una serie de reformas económicas y sociales trascendentales, diseñadas y ejecutadas por un grupo de economistas chilenos, en su mayoría graduados en la Universidad de Chicago, cuyo modelo económico logró levantar a Chile y llevarlo a la cima del desarrollo integral de la región.

El régimen autoritario debería tener como primera tarea restaurar el orden. En medio de una selva, la imposición del orden debe tener licencia para otorgar vacaciones al abanico de derechos humanos que, en no pocas ocasiones, terminan siendo convertidos en plataforma para delinquir. Una vez restablecido el orden, con el apoyo de los gobiernos pragmáticos que puedan existir, se crearían los canales de distribución de la ayuda humanitaria, mientras los tecnócratas haitianos diseñan el “Proyecto de Nación”, el cual, podría beneficiarse de asesoría internacional para sacar a países del colapso como la que ofrecieron décadas atrás T. C. Tsiang a Taiwán (Chiang Kai-shek), la cadena conformada por Arthur Clarke, Geoffrey Follows y John Cowperthwaite a Hong Kong (Colonia Británica), Albert Winsemius a Singapur (Lee Kuan Yew) y Arnold Harberger en Chile (Augusto Pinochet).

¿Existe algún candidato para esa posición? Detectarlo debería ser la principal tarea de todos los gobiernos de los países realmente interesados en que Haití sea rescatado del caos en que se encuentra. No hay país que tenga más interés en ello que el nuestro. Sin embargo, por razones que no es necesario listar, debemos mantenernos al margen. Estados Unidos debería ser el segundo más interesado teniendo en cuenta que entre Puerto Príncipe y Miami la distancia es de solo 706 millas. Macron, en lugar exigir la celebración “rápida” de elecciones en Haití, debería crear las condiciones para devolverle a los haitianos parte de las onerosas reparaciones que Francia obligó a Haití a pagarle como chantaje por su independencia, en lugar de despilfarrar miles de millones de euros para llevar a los franceses a una guerra contra Rusia que nadie ganaría y podría tener consecuencias catastróficas para la humanidad.

Nadie debería quedar fuera de las entrevistas para este “contrato” de 30 años. El hecho de que entre los posibles candidatos a ser entrevistados se encuentren expolicías enganchados actualmente a jefes de gangas que parecen contar con cierto respaldo político, no debería excluirlos del proceso. Chiang Kai-shek y Pinochet eran militares. No olvidemos que las reformas a ejecutar requieren muchas veces de acciones de fuerza para garantizar la tranquilidad y el orden en las calles; los expolicías y militares tienen menos pruritos que los académicos y políticos tradicionales al uso de esos tranquilizantes. Si Jimmy Chérizier y Johnson André son descartados por Occidente por ser líderes de las gangas “ Grupo de los 9” y “5 Segundos”, respectivamente, y Guy Phillipe por ser un exgolpista y haber recibido sobornos de narcotraficantes, entonces deben estructurar un plan para su salida permanente del territorio haitiano. Mucha sangre tendrá que ser derramada.

Haití cuenta con excelentes académicos en sus universidades nacionales y extranjeras, así como en organismos internacionales. Debe haber algunos con perfiles parecidos al que tenía Marc Bazin, graduado en leyes y economía en el Instituto Solvay de Bruselas y exfuncionario del Banco Mundial, con capacidad para ejecutar, con el apoyo del mundo desarrollado, el “Proyecto de Nación”. En este grupo convendría entrevistar Etzer Emile, de 38 años, economista, autor del bestseller “Haití ha elegido convertirse en un país pobre: las veinte razones que lo demuestran”. Estudió en Taiwán, tiene un MBA en Finanzas y Banca, y estudios de desarrollo económico en Harvard Kennedy School, entre otras.

Estoy 100% seguro que esto no va a ocurrir. En consecuencia, como señalamos al principio, concentrémonos en fortalecer nuestra institucionalidad fronteriza y política de inmigración. No nos queda de otra, mientras Occidente siga entendiendo que el sistema político en los 195 países existentes en el mundo debe ser exclusivamente reservado, como monopolio, a la democracia liberal.

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