A veces recorremos los caminos y observamos a las personas sin sentimiento y con indiferencia. En la mayoría de las veces vemos a simple vista una sonrisa o una cara adusta, pero nunca nos adentramos en lo más profundo de su mente o corazón, porque es casi imposible.

Debemos ser educados, empáticos y comprensivos con las personas conocidas o desconocidas, porque detrás de cada una puede haber una triste historia, por situaciones financieras, de salud o sentimentales.
Esta semana he escuchado algunas historias de sufrimiento o padecimiento. Una de ella es la de Efigenia, quien tenía tres hermanos. Dos murieron en accidentes de tránsito y otro se suicidó.

Pero su sufrimiento, visible en su joven rostro golpeado por el estrés, no se detiene en las muertes de sus hermanos. Se extiende a la dolencia por enfermedades de su madre: Una mental, al parecer, a consecuencia de lo sucedido a sus hijos, y otra de tipo físico.

Como hija única tiene que cargar con sus penas escondidas y la responsabilidad del cuidado de su madre enferma, lo cual es compartido con la crianza de sus hijos.

Otra historia, menos triste, sin dejar de ser preocupante, es la de una madre que realiza todas las diligencias para la preparación del trasplante de riñón de un hijo apenas 8 años. Ella donará el riñón a su pequeño y gran amor.

Esas historias nos muestran que todo no se resuelve con dinero. Serían iguales con recursos económicos o sin ellos.

Por más difícil que sea nuestro día, brindemos una mano y una sonrisa a todos en nuestro alrededor, para cultivar el amor y la solidaridad.

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