Organismos internacionales han presentado numerosos estudios e investigaciones técnicas que proyectan al planeta en gran peligro.
Esto así, no solo por el aumento de temperatura que se espera como consecuencia del cambio climático, sino además por la reducción desproporcionada de recursos, por el debilitamiento de la capa de ozono y por una escasez de agua que afectará a casi tres mil millones de personas para el año dos mil veintisiete.

En República Dominicana llega la advertencia en momentos en que existen problemas de deforestación, contaminación y entre otras cosas, degradación de sus recursos naturales. La penosa situación de las cuencas hidrográficas, el cercenamiento de áreas protegidas y la falta de sentido común para cuidar recursos que no son renovables o especies animales en peligro de extinción conforman un panorama del que derivan malas expectativas.

Ante esto, se hace necesario que en nuestro país a este tema medioambiental se le dé un sentido profundo que involucre también al sector privado y a la sociedad civil. La gente que, ya sea por su condición económica, su poder, su inteligencia, su talento o, en general, sus circunstancias privilegiadas, tiene más posibilidades de ofrecer una ayuda efectiva, tiene sobre sus hombros un imperativo moral aún más fuerte de convertirse en agentes de cambio.

Hay contados ejemplos de personas que han asumido con altruismo esa responsabilidad y con ello generan esperanzas. Sin embargo, hace falta mucho más para que los resultados sean palpables y conducentes a que se pueda garantizar un verdadero desarrollo sostenible para los dominicanos. Más empresarios que dediquen parte de su tiempo y su dinero para mejorar el medioambiente en nuestro país, más políticos que entiendan la trascendencia del tema y utilicen su poder de decisión en beneficio de la tierra, más intelectuales y científicos que se esfuercen en generar ideas y nuevas posibles soluciones al problema, y menos, mucho menos individualismo para lidiar con una situación que, lo comprendamos o no, nos importe o no, tiene y tendrá efectos colectivos devastadores.

Ahora que se ha desarrollado en el país una profunda conciencia ambiental y se han formado movimientos con preocupaciones genuinas sobre el tema, es el momento idóneo para prestar atención y crear interés colectivo.

Lo que hace unos años parecía para muchos un asunto romántico y del futuro muy lejano, ha demostrado ser en la práctica, con tristes catástrofes naturales, una situación delicada y una bomba de tiempo que daña el planeta en perjuicio indiscutible de los individuos que habitan en él.

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