“El padre condena la violencia/Sabe por experiencia que no es la solución/Les habla de amor y de justicia/De Dios va la noticia vibrando en su sermón/Pero suenan las campanas: un, dos, tres”. (El padre Antonio y su monaguillo Andrés, de Rubén Blades).

Eran las décadas de 1970 y de 1980. Varios países de América Latina estaban en pie de lucha. Sus pueblos se habían revelado tal vez como nunca, decididos a ponerle fin a las dictaduras que los oprimían, las cuales fueron cayendo una por una.

Muchos líderes y fieles de la Iglesia católica formaron parte esencial de estos procesos de liberación, donde no pocos perdieron la vida. Destaco a El Salvador y ese fatídico 16 de noviembre de 1989 en la residencia de la Universidad Centroamericana (UCA).

Allí llegó un pelotón de la Fuerza Armada y asesinó al sacerdote Ignacio Ellacuría junto a sus compañeros jesuitas Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López. Fueron además masacradas Elba Julia Ramos, persona que laboraba en el lugar y su joven hija, Celina.

Pero, sin dudas, la muerte más impactante fue la de monseñor Oscar Arnulfo Romero. Era el 24 marzo de 1980. El también arzobispo de San Salvador oficiaba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia ubicado en la capital.

Y de repente, un francotirador le dispara y con esa bala la paz y la democracia perdieron a uno de sus más nobles promotores. Ahí nació san Romero de América y continuó latiendo con más energía el corazón de la “voz de los sin voz”, en especial cuando se violan los derechos humanos. Suena la campana por primera vez.

No podemos olvidar ese 23 de mayo de 2015, cuando monseñor Romero fue beatificado en una multitudinaria misa celebrada en los alrededores del monumento al Divino Salvador del Mundo de su país natal. Allí el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos y enviado especial del papa Francisco, declaraba oficialmente Beato a Monseñor Romero, momento de gran emoción para la iglesia de nuestra América. Suena la campana por segunda vez.

Pero la gente quería santo a monseñor Romero. Los pobres en especial. Y así, el pasado domingo 14 de octubre, ante más de 70.000 personas congregadas en la plaza de San Pedro del Vaticano, el papa Francisco proclamó santo al arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero. En ese acto Su Santidad expresó: “Es una oportunidad excepcional para lanzar un mensaje de paz y de reconciliación a todos los pueblos de Latinoamérica”. Suena la campana por tercera vez y ahora su canto se escuchará en los altares.

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