República Dominicana debe aprovechar esta coyuntura negativa de las relaciones con Haití para iniciar el proceso de colocación de productos nacionales en otros mercados cercanos, aunque el vecino país sea nuestro segundo socio comercial, detrás de Estados Unidos.

Antes de la correcta decisión del presidente Luis Abinader de cerrar la frontera dominica-haitiana, las exportaciones formales hacia Haití venían en picada. Se habían reducido en más de US$100 millones en los primeros ocho meses de este año, según informó recientemente el vicepresidente ejecutivo del Consejo Nacional de Empresa Privada (Conep), César Dargam.

No obstante a que el mercado haitiano representa la entrada de cuantiosas divisas a República Dominicana, nuestra economía no puede estar sometida al vaivén e inestabilidad social de Haití, que se asemeja a un barco que se hunde más cada día, lamentablemente.

La balanza comercial con Haití nos favorece en un 90%. Durante los primeros ocho meses de este año, República Dominicana vendió a Haití, de manera formal, productos valorados en US$673.2 millones, para una participación de 8.27%, del total de las exportaciones realizadas por este país a diferentes destinos del mundo, de acuerdo con ProDominicana.

En esos datos no están incluidos los productos comercializados de manera informal en los diferentes mercados fronterizos de Dajabón, Elías Piña, Pedernales e Independencia.

Los productores de huevos nacionales estiman que perdieron alrededor de RD$1,000 millones por el cierre de la frontera y haber dejado de vender los 2 millones huevos diarios que suelen colocar en el mercado haitiano.

No podemos permitir que situaciones negativas como esa repitan por estar apegado al mercado de un país sin destino, ni autoridades, en el cual mandan las pandillas y sectores poderosos que siempre lo han utilizado para aumentar su riqueza, a costa de la pobreza e ignorancia de la mayoría de su población.

El Gobierno y los productores locales deben ampararse en la buena imagen de República Dominicana para reforzar la exploración de nuevos mercados, en los cuales se puedan colocar productos criollos a precios competitivos, y sin que por comprarnos haya que poner en juego hasta nuestra soberanía, como sucede con Haití.

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