El municipio de Tamboril, provincia de Santiago, es la Capital Mundial del Tabaco. Casi siempre que invito a alguien a visitar esa pujante comunidad, me preguntan sobre el significado de su nombre, lo cual expliqué de nuevo recientemente en la inauguración del Museo Horacio Vásquez y del ya mundialmente famoso “Dominican Cigar Fest”.

Mi familia es tamborileña. El samán es nuestro árbol; monseñor Juan Antonio Flores, nuestro santo; doña Trina de Moya, nuestra dama inmortal; Tomás Hernández Franco, nuestro Rubén Darío; el ámbar, nuestra piedra preciosa; y nuestro más sentido refugio de fe, la iglesia de la parroquia San Rafael.

En el libro de Elsa Brito, mi madre, “Tamboril, mi pueblo amado”, está la respuesta más detallada.: “La melodía de su nombre se pierde en el espacio y las teorías no acreditan veracidad histórica. Pero siempre queda la música cantarina de un ‘tamboril’, instrumento musical de origen español que encendió en nuestras laderas el contagio a la alegría, al folclore y a la tierra compartida”.

Y continúa: “Una versión refiere que en la época de la colonización española, el intrépido Gines de Gorvalán, al recrearse en las praderas vírgenes con un arroyo de aguas frescas, observó que al llegar a la llanura formaba un gran charco. Las piedras bajaban de las verdes montañas y al besar las aguas levantaban burbujas y sonidos tan vibrantes que le parecía un instrumento musical. La historia y la fantasía recogen que el soñador exclamó: ¡Me recuerda a España! Este sonido suena como un tamboril”.

La escritora afirma: “Hay otras versiones siempre relacionadas al riachuelo, que al besar piedras viajeras producen sonidos, que recuerdan danzas en las tierras vírgenes de la América soñada. Entre mezcla de historia e imaginación, el relato que más me fascina por su fantasía desbordada, fue el creado por el ilustre ciudadano Víctor Hernández Espaillat en el célebre mitin en que los tamborileños pedían restaurar su primitivo nombre. Me refiero a la exposición inolvidable, como una rica motivación para resaltar el nombre de Tamboril”.

Indicaba don Víctor que unas “lindas mujeres mirando el espejo azul de las aguas escucharon el sonido de piedras, que se abrazaban y asociaron ese encantamiento a un tamboril y con ritmo de montaña fresca se pusieron a bailar”. Cuando terminó el mitin admiré la metáfora desbordada de imaginación. Y con curiosidad le pregunté: “Víctor, ¿de dónde sacaste este escenario tan formidable?”. Con risas y ademanes contestó: “Hay que rescatar el nombre de Tamboril con leyes y con esos inventos fantásticos que regala la poesía”.

He aquí un breve relato que explica el origen del nombre de Tamboril, un hermoso municipio que ahora está más de moda que nunca.

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