Una destacada abogada, que sabe de mi interés por la figura de don Tomás Bobadilla y Briones, me envía esta nota periodística de fecha 12 de marzo del corriente:

“NEIBA.- La Semana Cultural, celebrada a propósito del cumpleaños 80 de la fundación de la provincia Bahoruco, se constituyó en el escenario idóneo para reconocer el valor histórico con que cuenta esta demarcación, protagonista de múltiples epopeyas y cuna de personajes que, con su aporte, enaltecen y dejaron una impronta imborrable en el proceso de la fundación de la República.

Es así como la alcaldía, junto al Concejo de Regidores, rindió un homenaje post morten y declararon hijo meritorio a Tomas Bobadilla y Briones, quien fuera redactor y primer firmante del Manifiesto del 16 de enero de 1844, nuestra «Acta de independencia de República Dominicana». Inmediatamente recordé un artículo que publiqué en el año 2012, y que reproduzco por su extensión en dos entregas:

Hace falta quien escriba la biografía de Bobadilla. Su vida aún permanece en la oscuridad y desde la distancia parece tergiversada por el anecdotario histórico y el desconocimiento público que lo ubica, cual péndulo oscilante entre dos extremos, capaz de las más bajas abyecciones, así como de realizar los más extraordinarios e invaluables servicios a la Patria.

Probablemente sea el político dominicano de vida pública más larga e intensa, sirviendo en los más diversos escenarios: Bajo jurisdicción española desde 1810; en el “Estado” creado por el Doctor Núñez de Cáceres en 1821; durante el “periodo haitiano” casi hasta 1844; Luego con los separatistas, redactando incluso el “Manifiesto del 16 de enero” que es nuestra acta de independencia en 1844. Más tarde ocupa todos los Ministerios y Carteras existentes de la naciente república. Luego anexionista en 1861, pero “sin entusiasmo” según el doctor Cassá (“Tomás Bobadilla, el hombre de Estado”, Alfa & Omega, 2000, Pág. 37); para terminar como nacionalista hasta su muerte ocurrida en la capital haitiana el 21 de diciembre de 1871, contando con 85 años de edad.

Es decir, más de 60 años estando en el centro de la vida política nacional y ocupando casi todos los puestos existentes: Escribano del Rey (de 1811 a 1821); Notario y luego Secretario del Arzobispado (1811 a 1822); Oficial Primero de la Tesorería General del Estado (1821); regidor y síndico del Ayuntamiento de Santo Domingo (1820); Fiscal en el Seybo (1822); miembro de varias comisiones; Defensor Público (1830); Comisario de Gobierno (1830), Notario Público (1831), aunque Roberto Cassá afirma que desde 1817. Haciendo un salto en su larga hoja de servicios, luego fue Presidente de la Junta Central Gubernativa en la naciente república; Secretario de Justicia, Instrucción Pública y Relaciones Exteriores; Luego procurador fiscal de la Suprema Corte de Justicia, de la cual también fue presidente, al tiempo que impartía clases de derecho civil en el colegio San Buenaventura; miembro y presidente del Tribunado (Cámara de Diputados); Senador de Santo Domingo y un largo etcétera. Conoció también a lo largo de su dilatada vida pública los sinsabores del destierro, en junio de 1847, y la cárcel, por cerca de un año, en julio de 1857.

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