Esa frase latina se atribuye a Julio César cuando descubre que en el complot para asesinarlo participaba Bruto, a quien consideraba como un hijo, y fue uno de los que le profirieron una de las puñaladas que acabaron con su vida. Aun con la antigüedad de ese evento, se ha erigido como el epítome de la traición y símbolo del atentado a la fidelidad que debe guardar todo cercano. Luego vemos la reedición de ese episodio cuando Judas, a pesar de estar entre los doce elegidos, vende al Maestro por unas monedas o su futuro sucesor lo niega antes de que cante el gallo.
La deslealtad es más dolorosa porque es inesperada, sorpresiva, a la vez que decepcionante al provenir siempre de alguien en el que se ha depositado confianza y del que se espera, por lo menos, agradecimiento. Para muestra, muchos botones, y no de rosas, sino de espinas, la historia no nos deja mentir al exhibirlo de manera descarnada en cada trama, como demostración de que la ingratitud no tiene fronteras en el tiempo y el espacio.
Lilis se enroló en la Guerra restauradora y tuvo como su mentor a Gregorio Luperón, de quien se convirtió en su principal lugarteniente. No bastó que fuera su discípulo para renegar de lo aprendido y hacerse con el poder cuando le asignaron como autoridad en Santo Domingo. Asumida la presidencia por Heureaux y tras un régimen despótico, es eliminado por Horacio Vásquez y Ramón Cáceres.
Después, Mon Cáceres fue emboscado en Güibia, entre otros, por Luis Tejera, hijo de su ministro de Relaciones Exteriores. En cuanto a Horacio Vásquez, había convertido en jefe del ejército al entonces desconocido militar Trujillo en quien creyó ciegamente, pero que luego aprovechó su debilidad para conspirar en su contra y derrocarlo. Lo demás es altamente conocido, tres décadas de oprobio, hasta que es eliminado por algunos próximos a su gobierno y más adelante, sus más cercanos colaboradores se convirtieron en los que renegaron de los privilegios que recibieron de él; hasta al mismo Napoleón le tocó lidiar con Murat, un cuñado levantisco que lo retó.
En este terruño estamos acostumbrados a los enfrentamientos políticos hasta -y, sobre todo- entre miembros de un mismo partido que protagonizan facciones en la lucha por la primacía colectiva; recordemos la rivalidad Guzmán-Salvador, Majluta-Peña Gómez y más recientemente, Leonel-Danilo. Tras amistades fallidas, acuerdos temporales o conveniencias de ocasión, alimentadas por la ambición en que se olvidan los apoyos previos, surge desde las catacumbas esa expresión lapidaria de decepción, al saberse traicionado: “¿Hasta tú, Bruto? “. Siglos pasan, siglos vienen y seguimos en el mismo lugar esperando su repetición.