He leído “El infinito en un junco” de la española Irene Vallejo y el libro vale la fama que tiene. Es “un libro sobre la historia de los libros”, desde sus más remotos orígenes hasta la actualidad.

Mitos, leyendas, avances científicos y una amplia bibliografía abundan en el texto, escrito con un lenguaje sencillo y eficaz. Abarca desde los albores de la escritura y la forma sinuosa en que se pudo expandir este notable avance con el cual poder contener, mantener y transmitir el pensamiento.

El libro nos dice que el alfabeto fue una necesidad en sociedades complejas, ricas y en expansión, en busca de un modo que les permitiera fijar sus posesiones y sus creencias. Y así traza un camino de miles de años hasta los modernos “textos de luz”, (kindle).

El texto es un bien elaborado monumento literario que, como le escribiera a la autora en una carta Vargas Llosa, se seguirá leyendo aún después que no estemos.

Quizás el mayor atributo del libro es unir de forma especial historias diversas y con ellas hacer un producto nuevo, como ella misma afirma: “Incluso la apuesta literaria más novedosa contiene siempre fragmentos y despojos de innumerables textos previos”.

También, el libro contiene confesiones biográfica de la autora, los textos que le leía su madre, las burlas que sufría en la escuela de pequeña y la enfermedad de su hijo que le ataba al cuidado del mismo impidiéndole otras actividades; influencias y realidades que le acercaron desde entonces al universo de los libros.

Hermosa es la parte del texto donde narra la historia de Alejandro Magno quien, según se dice, “dormía siempre con su ejemplar de la Ilíada y una daga debajo de la almohada” y quien, según Plutarco, “fundó setenta ciudades”. Al morir el rey, un 10 de junio del año 323 a. C., sus principales generales se disputaron y dividieron el imperio, Ptolomeo tomó Egipto, fundando esta dinastía y destinando “grandes riquezas a levantar el Museo y la Biblioteca de Alejandría”. Siglos después, según la autora, “cuentan que, cuando Augusto homenajeó a Alejandro en su mausoleo, le preguntaron si también quería ver el sepulcro de los Ptolomeos. “He venido a ver a un rey, no a muertos, contestó”.

Un dato interesante es que, según la autora, “entre el año 1500 y 300 a. C., existieron 55 bibliotecas (…) en algunas ciudades de Próximo Oriente, y ninguna en Europa”.

El alfabeto, los papiros, los clásicos, los bibliotecarios, las bibliotecas públicas, el verso y la posterior prosa, los viajes, el deseo de popularidad, la censura y la autocensura, la destrucción de las bibliotecas, la trasmisión oral de las historias y las leyendas, las voces femeninas, los catálogos, las bibliotecas en sótanos, el amor y el temor a los libros y al conocimiento liberador que ellos encierran; en síntesis, el poder de la cultura y su capacidad de transformación de los individuos y de las sociedades, todo está en este libro, cuya lectura recomendamos.

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