Sin lugar a dudas, el primer año de gestión del presidente Luis Abinader ha sido poco común, debido a la forma en que ha manejado gran parte de sus ejecutorias, y por el comportamiento del primer mandatario ante la población, los medios de comunicación y la diplomacia.
Incluso, el hecho de pasar revista a cada institución, con el particular compromiso en cada ministerio, dirección o agencia especializada, obliga a que el funcionario a cargo se vincule con profunda entrega con la responsabilidad asumida.

Con esta mirada, no queremos incurrir en un acto de alabanza, pero ha sido nuestro estilo ser crítico con lo indebido y razonable con lo procedente. Es decir, echar la mirada sin apasionamiento y reconocer, sobre todo, cuando se pone de manifiesto el interés político y el apego a la patria.

Si lo que estamos viendo con el activo comportamiento del gobernante y sus funcionarios en cada acción del Estado se prolonga, estos doce meses podrían ser importantes para el resto de la gestión, sobre todo, si bajan los efectos de la pandemia y la productividad alcanza su nivel.

No queremos juzgar ni bien ni mal estas acciones, pero si ellas, al final de la jornada, se consolidan como una vocación política, podrían servir de ejemplo a las generaciones futuras, cuando les llegue el turno de administrar la cosa pública. Eso lo valoro.

Si cada una de las columnas del Estado como la salud, educación, economía, vivienda, seguridad, justicia y reglas de juego claras en la garantía de la inversión, se fortalece, el país podría recobrar el tiempo perdido y la nave ponerse en el punto de manejo de todo buen piloto.

La inversión de recursos en el rescate de la imagen de la cosa pública es plausible, siempre que la intención sea sana y alejada del diablillo de la corrupción, porque el país necesita administradores conscientes y defensores de los intereses nacionales. La historia juzgará.

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