Nuestra historia republicana ha sido una procelosa mar de contrastes y claroscuros, de avances extraordinarios de nuestras fuerzas productivas, cual locomotora ha empujado el crecimiento económico por más de 50 años, al tiempo que una cancerígena debilidad institucional se ha erigido en obstáculo para que los avances económicos se conviertan en desarrollo social.
El erario, los tesoros nacionales, han sido una piñata de la que se extraen fortunas personales y grupales que no generan capital social, para lo cual fueron derribados y desaparecidos los controles legislativos o administrativos y los raseros éticos que deben inspirar a los pueblos que buscan desarrollarse.

Llegamos a un punto en el que socavadas las instituciones propias del estado democrático se convirtió al país en el reino del desacato a la ley, se impuso la ley del más fuerte, o del más inescrupuloso y abusador, prevaleciendo un estado de inseguridad, incertidumbre y desconfianza.

El enriquecimiento de arcas personales y familiares montó un esquema en el que fue abandonado todo el sistema de servicios públicos, incluyendo los básicos de seguridad ciudadana, salud, agua potable, energía eléctrica para los hogares y el trabajo, educación de calidad, saneamiento ambiental, entre otros.

En ese contexto nos llega la pandemia del Coronavirus, que encuera nuestras deficiencias, imprevisiones y abandono en que se encuentran las grandes prioridades nacionales.

Una mayoría contundente del pueblo acudió a las urnas el 5 de julio afirmando –incluso a riesgo de su salud– su determinación de dejar atrás ese pasado aciago y abrazar las propuestas de cambio del hoy presidente electo.

Al enorme endeudamiento externo e interno, los altos déficits públicos, el descalabro de los servicios se suman las inversiones que se requiere hacer para contener el coronavirus, reactivar la producción, el comercio y el turismo y, sobre todo, restablecer la confianza y la fe en que saldremos adelante.

Con sus primeras designaciones el presidente electo está creando un poderoso blindaje anticorrupción con la presencia de Milagros Ortiz Bosch, de honestidad a toda prueba, Carlos Pimentel, el comisario de Transparencia Internacional, y a especialistas y dirigentes de trayectoria impecable al frente dela gestión pública.

Al mismo tiempo, ha empezado a desmontar el aparato burocrático grande, malo y caro, viciado, que ha sido también parte de nuestras desgracias.

Luis está levantando una gigantesca y esperanzadora ola, encaramémonos en su cresta y corrámonos la oportunidad de salir adelante.

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