Para Virata, quien “imparte justicia comete injusticias y se llena de culpa”, si desconoce el sufrimiento que sus decisiones causan a los hombres. El sufrimiento lo hace más sabio, mejor juez. Por eso decidió padecer en la oscuridad de la cárcel. Mas al salir, le pidió al rey que le librara de su cargo de juez, pues entendía que “nadie puede ser juez de nadie. (que) castigar es cosa de Dios, no del hombre”. Virata no quería tener poder, pues este empujaba a la acción, y toda acción atentaba “contra el destino del otro”, según Virata: Toda acción engendra un significado que ignoro. Solo puede ser justo aquel que no toma parte en el destino ni en la obra ajena; aquel que vive solo”.

Virata estaba en su camino de conversión hasta la santidad. Leía todo el día, entrenándose “en las artes del recogimiento, que son el silencio de la contemplación, el abandono lleno de amor en el espíritu, el hacer bien a los pobres y la oración con sacrificio”.

Ser juez no es tarea fácil. Virata se complacía mejor aconsejando que mandando o juzgando, y “notaba que vivía sin culpa desde el momento en que ya no decidía el destino de nadie y, sin embargo, influía en el destino de muchos”.

De esta forma serena “pasaron tres años, y otros tres”, hasta que una noche, cuando se había retirado a descansar, escuchó unos gritos y golpes en la casa, sus hijos azotaban un esclavo que había escapado. Le golpeaban muy fuerte, para que sirviera de escarnio a los demás esclavos. Virata ordenó que lo dejaran en libertad y se fue a su habitación, pero no pudo dormir, sin quererlo había vuelto a ser juez y decidir el destino de otro hombre: “había encerrado a aquel esclavo en el invisible círculo de su voluntad y lo había encadenado al azar de su resolución”. La culpa volvía a estar presente.

Buscó orientación en los libros de la sabiduría, y no encontró “diferencia alguna entre hombre y hombre”. Oró, no pudo dormir. Al otro día, llamó a sus hijos y habló con ellos, produciéndose una interesante conversación sobre la ley y el derecho emanado de Dios.

Le dice el hijo mayor: Quieres conceder la libertad a un culpable que ha cometido una falta (luego) con qué derecho podrás retener luego a los demás, que son tu propiedad, si también ellos pretenden marcharse? (…) con esto conculcas el espíritu de la ley (…) quieres vulnerar una norma (…) que lleva mucho tiempo afianzada (…) La fuera es la ley que prevalece bajo las estrellas, no podemos prescindir de ella (…) Toda posesión se basa en el poder (…) Si eres amo, tienes que dominar.

A lo que respondió: Solo hay un derecho que emana de Dios y este derecho no es otro que la vida, que él concedió a todo el mundo con el aliento de su boca (…) un hombre justo no puede convertir a otro hombre en un animal de carga.

Para Virata, no había diferencia entre los hombres.

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