El Capitán Alatriste

Los buenos personajes literarios cobran vida y quedan en la memoria más allá del texto. “El Capitán Alatriste”, de Pérez-Reverte, tiene estas características: el embrujo indescriptible de las buenas narraciones.La entrada de la…

Los buenos personajes literarios cobran vida y quedan en la memoria más allá del texto. “El Capitán Alatriste”, de Pérez-Reverte, tiene estas características: el embrujo indescriptible de las buenas narraciones.

La entrada de la novela es genial, da las pautas generales de un hombre y de una época: “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. La acción e intriga de la historia tiene por escenario la España en decadencia del siglo XVII.

El protagonista es un soldado veterano, espadachín de los tercios de Flandes, “de los que en el Siglo de Oro vivían mitad de las mujeres, mitad de alquilar su espada, o su cuchillo: un rufián (…)”.

Hay emboscadas, asesinos, embaucadores, amor y desamor, pleitos en tabernas, tramas en “La Corte” e, incluso, la posibilidad de un conflicto de carácter internacional, todo con descripciones excelentes, tanto del entorno como de los usos, costumbres y forma de hablar de la época, que revelan la vasta investigación para componerla que realizó Pérez-Reverte.

Los personajes son descritos con breves, pero puntuales trazos, y los hay para todos los gustos, desde inquisidores implacables como fray Emilio Bocanegra, hasta peligrosos asesinos como Gualterio Malatesta.

Y abogados como el “Licenciado Calzas: un leguleyo listo, cínico y tramposo, asiduo de los tribunales, especialista en defender causas que sabía convertir en pleitos interminables hasta que sangraba al cliente de su último maravedí.  Al licenciado le encantaba la bulla, y siempre andaba picando a todo hijo de vecino” (P. 23).  Además, de que “Gozaba de excelente carácter, una especie de cínico buen humor a prueba de cualquier cosa” (P. 53).

Sin embargo, después del Capitán Alatriste, el personaje más interesante lo es sin dudas Don Francisco de Quevedo y Villegas. Bebedor de “buen vino” (siempre lo encontramos en “la taberna del Turco”, incluso allí compone algunos de sus poemas); “testarudo, orgulloso”, con un agrio carácter. Quien poseía, además, una valentía probada ante cualquier situación: “No queda sino batirnos!”, suele decir el poeta al iniciar, espada en mano, cualquier lance.

Quevedo –y al parecer era de verdad así-, “andaba siempre en querellas de celos y pullas con varios de sus colegas rivales, cosa muy de la época de entonces y muy de todas las épocas en este país nuestro de caínes, zancadillas y envidias, donde la palabra ofende y mata tanto o más que la espada.” (P.163)

La novela está llena de frases bien logradas, que nos mueven a pensar sobre muy diversos tópicos de la vida, como estas: “un principio básico de la vida y la supervivencia: si te empeñas, tú mismo puedes ser tan peligroso como cualquiera que se cruce en tu camino. O más” (P. 31). “a diferencia de la terrena, la justicia divina paga por adelantado, aunque cobre a plazo” (P. 47). O esta, sin desperdicios: “es posible hablar con extrema dureza de lo que se ama, precisamente porque se ama, y con la autoridad moral que nos confiere ese mismo amor” (P. 61).

Excelentes también la descripción del entorno donde se desarrolla la trama, la taberna, los callejones oscuros, los cementerios, los “corrales de comedia”, aunque ninguno como las “gradas de San Felipe” “el sitio más animado, bullicioso y popular de Madrid (…) donde se cruzaban opiniones y chismes, fanfarroneaban los soldados, chismorreaban los clérigos, se afanaban los ladrones de bolsas y lucían su ingenio los poetas” (P. 161).

Esta novela es, como afirma Vargas Llosa del Tirant lo Blanc, “al mismo tiempo imaginaria y  realista, costumbrista y militar, cortesana y erótica, psicológica y de aventuras, todas esas cosas a la vez y todavía algo más”. (“Carta de batalla por Tirant lo Blanc”, 2011:97).

En síntesis, recomendamos esta novela, apuesto a que le implantará el gusanillo de la lectura. Incluso, creo que las hazañas del Capitán Diego Alatriste y Tenorio, hombre valiente, de personalidad compleja, de pocas palabras y leal, merecen un lugar al lado de la narración más pura que conozco: “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson.
[1] Notas de la Edición de 2008, Punto de Lectura, S. L. España. l

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