Consumo vanidoso

Hace algunas décadas, un economista llamado Veblen se escandalizó al estudiar los extravagantes patrones de consumo de los ricos de su época. Veblen se dio cuenta que estos no compraban porque lo necesitaran realmente, sino para demostrar a los…

Hace algunas décadas, un economista llamado Veblen se escandalizó al estudiar los extravagantes patrones de consumo de los ricos de su época. Veblen se dio cuenta que estos no compraban porque lo necesitaran realmente, sino para demostrar a los demás que podían permitírselo.

Una desesperada necesidad de notoriedad y estatus guiaba sus decisiones a la hora de gastar.

Veblen se concentró en los ricos, pero resulta que este fenómeno de “comprar para impresionar o calificar” se ha extendido a todos los niveles. Parece que la necesidad de diferenciarse de otros, aunque provoque la envidia, es inherente a la naturaleza humana.

¡Así somos! Ricos y no tan ricos vivimos continua y costosamente gastando con fines propagandísticos. El más rico se compra un lujosísimo carro deportivo y con esto manda la siguiente señal: “Vean, tengo tanto dinero que puedo desperdiciarlo en esta tontería”.

El menos pudiente hace lo mismo, en su nivel. Desde que maneja un dinero extra, se compra una cadena de oro y adorna su carro con llamativos artefactos y bocinas estridentes. La cuestión es “demostrar”, “calificar en un grupo”.

¡Al menos eso creen! Porque hay mucha ilusión fantasiosa en todo esto. Nadie compra “status” a través de una cartera de marca o un automóvil de lujo. El refinamiento y la notoriedad social se tienen o no se tienen. ¿Acaso necesita Mario Vargas Llosa llegar en un Ferrari a un restaurant para ser recibido con gran admiración? Y la chica sin modales en la mesa, ¿de repente califica socialmente porque exhibe con orgullo una Louis Vuitton?

Para nada es así, y mucho menos en las sociedades latinoamericanas donde las élites son tan crueles con los arribistas. Poner tanto énfasis en “mandar señales a otros” en vez de concentrarnos en lo que nos hace verdaderamente feliz, es un tonto desperdicio de dinero y energía.

Mucho más sensato sería intentar destacarse con un talento especial o conversaciones exquisitas. ¡Porque eso es lo que no abunda! En esta época donde las marcas de lujo se han proliferado de tal manera que ni las crisis las afectan, cualquiera tiene una Chanel. Hasta cogiendo prestado.

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