Continuación del artículo: “Una carta a Salvador”

Siempre he vivido convencido del peligro que entraña la lucha política y social cuando se lleva con responsabilidad, seriedad y honradez.…

Siempre he vivido convencido del peligro que entraña la lucha política y social cuando se lleva con responsabilidad, seriedad y honradez.

Es más, en el curso de la conversación que sostuve con el Coronel Almonte, le dije que a mis hijos les he enseñado que su padre se puede un día acostar con la cabeza sobre sus hombros y amanecer con ella desprendida, porque en los países de América Latina y el Caribe, es tan fácil acostarse en la democracia representativa, como levantarse y encontrar en el poder a un fascista que le desprenda la cabeza a todos los que creemos en la lucha social seria y figuramos en los archivos policiales como elementos peligrosos para el sistema.

También le dije al coronel Almonte, que soy padre de cinco hijos, todos varones, y que me gustaría que todos llegaran a ser militares. Le dije esto porque tengo la convicción de que los cuerpos armados no son malos en sí, que todo depende de los hombres que los integren; que así como hay abogados y médicos buenos y malos; que los cuerpos armados, como todo organismo integrado por seres humanos, no son homogéneos, que hay hombres con buenos sentimientos y otros con sentimientos malvados, y que es muy posible que si mis hijos integran uno de los cuerpos armados no llegarían a ser malvados y perversos, siempre y cuando sigan el ejemplo que les he dado que creo no es el peor.

No olvido nunca el pensamiento de Máximo Gorki, de que “hay que hacer comprender al hombre que él es el creador y dueño del mundo, que sobre él recae la responsabilidad de todo el mal de la tierra pero que a él le incumbe también la gloria de todo el bien de la vida. Creo que este es un sentimiento que debemos inspirar a aquellos a quienes enseñamos”.

El día llegará -y así se lo dijimos al coronel Almonte- que los hombres dignos de la República Dominicana serán, entre otros, muchos de los que hoy están fichados en el Servicio Secreto de la Policía Nacional. Creo que entre más dominicanos hay fichados por ser políticos serios, más cerca está la liberación total de nuestro país.

Es muy posible que en los mismos archivos donde se guardan hoy mis fichas políticas también se guardaron ayer las de muchos de tus más cercanos colaboradores que, aunque hoy a lo mejor están arrepentidos de sus actividades políticas pasadas en defensa del pueblo, hicieron causa común conmigo cuando creyeron que era justa la causa por la cual luchábamos. Hoy ellos están limpios de culpas y son ciudadanos de conductas acrisoladas, mientras yo sigo con mis culpas, como un ciudadano peligroso a quien para darle una constancia de buena conducta hay que consultar las altas instancias que tienen el poder material en el país.

El objeto de esta carta es uno: hacerte la observación de que cuando te digan que determinado ciudadano dominicano es un delincuente, no lo aceptes como una verdad. Aunque para algunos mi conducta ciudadana no es buena, no me creo delincuente, aunque si ejercer la actividad política seria es ser delincuente, acepto el calificativo.

¡Ah! Qué coincidencia. Al momento de escribirte esta carta la casa de mi amigo y colega Domingo Fadul, ha sido objeto de un allanamiento, y él detenido por el Servicio Secreto de la Policía Nacional de Santiago. ¡Tremenda coincidencia! (142).

Salvador y sus amigos

Recientemente en un programa de televisión un periodista nos preguntó si manteníamos con Salvador el mismo grado de amistad que nos unía antes de ejercer la función de presidente de la República.

Más recientemente, en el periódico “Cañabrava”, de octubre 28 de 1985, en la página número dieciséis, se deja entrever que el autor de esta columna puede formar parte de una sociedad de examigos de Salvador. Es natural que en una sociedad como la nuestra en la que todo, desde el amor hasta la amistad, es manejado por algunas personas con sentido de mercancía, se vea como un absurdo que un amigo del Presidente no le saque provecho a las relaciones de amistad. 

Para nosotros la amistad es algo muy sano y profundo y tenemos por norma no aprovecharnos de los vínculos resultantes de esa relación afectiva para obtener beneficios personales, sin importar que la persona con la que mantenemos lazos de amistad sea civil, militar, de derecha o de izquierda, ateo o creyente en Dios, esté en el Gobierno o en la oposición. A nuestros amigos los queremos con sus defectos y con sus virtudes.

Aquí hay personas que tienen la falsa creencia de que para ser amigo de Salvador hay que andar detrás de él, llamándolo por teléfono a cada rato, haciéndole visitas en su casa, o haberle pedido una iguala-botella, un empleo, una exoneración, una contrata millonaria; un empleo para cada uno de los hermanos, obtener la jubilación de cualquier familiar, en sí, en este país la experiencia que se tiene es que ser amigo del Presidente es estar en la “papa”, darse la buena vida, traficar con influencia, o lo que es lo mismo, hacerse millonario con el tráfico de influencia, tomando como base la amistad con el Presidente.

Los que se hacen llamar amigos de Salvador, sea porque lo conocieron hace años o ayer, no tienen calidad moral para juzgar la labor que Salvador ha desempeñado como Presidente, si se han aprovechado de su gobierno. Pero el autor de esta columna, que le tiene a Salvador el mismo afecto que le tenía antes de ser Presidente, que no ha recibido de su gobierno nada, que no le ha solicitado ningún favor oficial para sí ni para sus familiares está en plena libertad de externar el criterio que tenga con respecto a las actuaciones de Salvador como presidente, así como la opinión que tenga con respecto a su gestión gubernamental.

Si le hubiéramos solicitado a Salvador o a alguno de sus funcionarios más cercanos, algún favor, prebenda o beneficio oficial, de seguro que nos mantuviéramos callados y todo lo viéramos bien hecho, color de rosa. El oportunismo tiene su precio. “El cariño y afecto hacia Salvador, no nos obliga a identificarnos con los actos de su gobierno. Sabemos poner cada cosa en su lugar, y el afecto personal no lo extendemos a las actuaciones políticas de ningún amigo, sin importar la posición baja, media o alta que ocupe en una determinada institución o empresa del Estado.

“Salvador, luego de que está ocupando la posición de representante del Poder Ejecutivo, tiene amigos y amigos. Tiene algunos amigos que no están de acuerdo con el gobierno, pero por conveniencia personal dicen que sí, que el gobierno de Salvador es un modelo, que es el mejor que ha tenido el país desde que llegó Cristóbal Colón, hasta hoy, y que por eso hay que apoyarlo. Pero Salvador tiene también otros amigos que no son de ocasión, por circunstancias ni por conveniencia política, entre los que nos encontramos nosotros”.

En nuestros artículos, charlas y conferencias analizamos, a la luz de la realidad dominicana la gestión gubernativa, la crisis que padece el sistema capitalista mundial y las consecuencias que imprime la crisis a la dependencia de nuestro país a los intereses monopolistas norteamericanos, sin ignorar la coyuntura política en que a Salvador le ha correspondido gobernar.

No tenemos razones políticas ni personales para analizar fuera de contexto el gobierno de Salvador, en forma apasionada o desapasionada. (143).

Con los citados artículos concluí el año 1985 abordando temas con relación a Salvador, su gobierno y yo; estaba convencido de que mis opiniones públicas en torno a los actos del régimen no eran de su agrado, además de que personas ligadas a él, Asela y a mí se habían encargado de llevarle chismes y comentarios con el contenido muy diferente a lo real y efectivamente expuesto por mí en trabajos periodísticos, y en una u otra intervención por radio y televisión.

Salvador llegó hasta el punto de mantener intervenidos mis teléfonos tanto en la oficina como en mi domicilio lo que me motivó a que en el curso de una conversación que sostuvimos, todavía estando yo formando parte del bufete común, le reprochara escuchar mis conversaciones, situación que luego fue narrada por el ingeniero José Israel Cuello Hernández, en un escrito que hizo con el título “De las cosas que se escuchan por teléfono”. (144).

Fuentes:
(142) El Nacional. 2 de noviembre 1985.
(143) El Nacional. 11 de noviembre 1985.
(144) El Siglo. 4 de enero 1993.
Continuará la semana próxima

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