La cultura del miedo

Lenta pero de manera inexorable, nos arropa hoy la cultura del miedo. Esa “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario”, condición así definida por los académicos, rige hoy la vida nacional. Situación de…

Lenta pero de manera inexorable, nos arropa hoy la cultura del miedo. Esa “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario”, condición así definida por los académicos, rige hoy la vida nacional.

Situación de causas infinitas, se convierte en característica de una sociedad permisiva que acomoda sus hábitos a la amenaza permanente a ser víctima de un acto de violencia. Ya, el “síndrome del gancho” adquiere otros ribetes y tememos por la integridad propia y la de los nuestros.

Vemos con aprehensión a cualquiera que se nos acerca, como una latente amenaza y acomodamos actitudes para reaccionar de manera apropiada. Esto nos convierte en guerreros en permanente atención, con una constante descarga de adrenalina, de consecuencias nefastas para la salud, paz y sosiego personal.

Con los resortes internos en tensión, hombres y mujeres se colocan en posición de constante atención. Listos para repeler o para huir, andamos con el miedo a cuestas, cargados de una agotante tensión que en nada contribuye a la quietud.

Ningún estamento social está libre de esta amenaza y las estadísticas señalan actos cada vez más atrevidos dentro de los niveles altos de la sociedad, especialmente en lugares públicos o de entretenimiento, que para cuidar su “imagen” lo ocultan.

Los “hacedores de opinión” con frecuencia critican iniciativas oficiales a la vez que los estudiosos de la conducta humana teorizan acerca de las causas de esta tendencia medular de una sociedad que se torna cada vez más violenta y donde la edad para realizar actos delictivos es cada vez menor.

La precaria seguridad ciudadana está signada por un justificado temor al uniforme, porque no se percibe al que lo usa como defensor de la seguridad colectiva. Lamentablemente la Policía no representa seguridad y a pesar de tantos oficiales y clases de actuación digna, el que muchos de sus miembros hayan sido protagonistas de actos delictivos, condiciona la percepción de los ciudadanos y los conduce al miedo.

Los que promueven la atomización de los Cuerpos del Orden impulsan un regreso a las infinitas policías municipales de la época de Concho Primo, donde cada jefecito tenía un ejército personal de atropellante actitud, financiado por el erario público. Constan los esfuerzos oficiales y personales, de funcionarios de hoy y la búsqueda de experticios y asesorías que ayuden a frenar y revertir esa condición de violencia que nos marca.

Las pocas confiables cifras nacionales, dan cuenta de un estado crítico del ímpetu violento que condiciona la conducta colectiva e impulsa la cultura del miedo. La prevención se mide en calibres o en el largo de la hoja del “lenguemime” en que nos guarecemos, no ya para defender el honor de antaño, sino simplemente para preservar la vida. Conforta saber que la preocupación Presidencial va por la vía de combatir las causas que provocan el estado violento en que vivimos. l

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