El día en que yo fui Vladímir Ilich Ulianov (Lenin)

Serían las cinco de la tarde de un día cualquiera durante aquellos terribles Doce Años. Pero estoy seguro de que todavía no se había producido el secuestro del coronel Crowley y, en consecuencia, Amín, Otto y los demás no habían sido condenados&#8

Serían las cinco de la tarde de un día cualquiera durante aquellos terribles Doce Años. Pero estoy seguro de que todavía no se había producido el secuestro del coronel Crowley y, en consecuencia, Amín, Otto y los demás no habían sido condenados a muerte.

Lo cierto es que David Reyna se me acercó para decirme:

-El primo mío que llegó de Nueva York cree que tú eres Lenín.

¿Cómo había sido aquello? Me había oído decir en la esquina 23 con Villaespesa: “…por eso, hay que dar un paso adelante y dos atrás”.
Y el muchacho pensó: “Este tipo está en algo”.

Más tarde oiría a Bolívar Valera afirmar: “Es como dice el camarada Lenin: hay que dar un paso adelante y dos atrás”.

De ahí, dedujo que yo era V.I. Lenin, el autor de aquella famosa obra, en la cual el líder de los bolcheviques rusos enfrentaba a los saboteadores mencheviques.
Acepté, pues, la ida de Davicito de jugarle una broma a su primo, que se llamaba Leonel. Yo sería Lenín.

Cuando llegó noté que estaba un poco tímido. Impresionado. Excitado: estaba, nada más y nada menos, que ante el artífice de la gran revolución rusa, gran Vladimir Ilich Ulianov, mejor conocido como Lenin.

¿Qué quieres, amiguito?, le pregunté.

-Quiero ser mecanógrafo de su partido.

Esa salida me confundió. “No es un tonto”, me dije, “Él sabe lo que quiere”. Al parecer, al venir de Nueva York, traía en su cabeza las prácticas de los partidos Demócrata y Republicano, que empleaban a los jóvenes en tareas diversas, entre ellas, mecanografía. Más tarde entendería de dónde venía su idea de un “Nueva York chiquito”.

Le di una minara fraterna:

-Este es un partido marxista-leninista, amiguito. Aquí no hay mecanógrafos. Somos comunistas. Aquí se tira piedra y se quema gomas.

Abrió los ojos grandes, miró a su alrededor e hizo mutis por la derecha, mientras David, muerto de risa, corría a contar la historia a los demás.

Yo me quedé pensativo. Recordé que no le había dicho lo más importante: aquí no hay mecanógrafos, pero se lee mucho. Con pasión. Con hambre. Con vehemencia. Sabría luego que eso fue lo que él observó desde el primer momento.

Pues esa noche Adriano de la Cruz estaría leyendo la “Lógica” de Balmes; César Pérez “No serás un extraño”, de Morton Thomson y yo los “Principios elementales de filosofía”, de George Politzer, mientras en la radio sonaba “Tormenta” con la canción cuyo enlace dejo aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=DRDddm4md9k
Eso yo puedo decirlo. Yo estaba allí. 

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