“… Creamos 16 millones de empleos formales, 28 millones de personas se incorporaron a la clase media; sacamos a 28 millones de ciudadanos de la extrema pobreza, aumentaron los ingresos de la mitad de la población más pobre en 68% y también se incrementaron los ingresos de los ricos, por lo menos, en un 10%”. Cuando vemos estas estadísticas económicas, vinculadas intrínsecamente al desarrollo social de un pueblo y a su magnífica proyección a escala mundial, pensamos que no es justo dejarlas pasar desapercibidas.

Estos datos han sido aportados por el ex presidente  de Brasil, Luis Inácio Lula Da Silva, al hablar de su experiencia como gobernante de ese país ante la Conferencia Global Progress, en Madrid los días 18 y 19 de octubre. Allí se han dado cita importantes líderes progresistas de diferentes generaciones y países, con el fin de dialogar sobre cómo diseñar y desarrollar un nuevo pacto de progreso global por el crecimiento y el empleo.

¿Cómo logró aquel hombre, que nunca obtuvo un título universitario, tal proeza? Lula Da Silva hizo de limpiabotas, trabajó en lavanderías, vendió frutas en la calle y a la edad de 14 años consiguió un empleo formal en una industria metalúrgica teniendo que abandonar sus estudios en el quinto grado para dedicarse a aprender el oficio. Sindicalista medular, máximo líder del Partido de los Trabajadores, llega al poder en Brasil luego del descenso de la credibilidad de los partidos de centro y de derecha y gracias a la presentación al electorado de un programa de izquierda moderada.

La muestra explícita de las emociones, algo atípico en cualquier presidente, es común en este carismático líder. Ver a Lula llorar ante una cámara de televisión no es raro. Hemos visto hacerlo al tocar temas personales como la muerte de su primera esposa en la sala de parto; también, refiriéndose a asuntos nacionales como cuando rememora la aprobación de un préstamo millonario para beneficiar a una zona paupérrima del Brasil por medio de unas cooperativas, y lo vimos hacerlo también, cuando en una entrevista, al final de su mandato, asegura que con su escogencia como presidente y con su gestión, el pueblo llano ha estado presente “no Palácio do Planalto”. 

Lula logró la increíble hazaña de, transitando la ideología de izquierda de su partido, desplazarse hacia la aplicación de una política neoliberal que asegurara la inversión extranjera, logrando concitar el apoyo y los aplausos de banqueros y encumbrados empresarios, al tiempo que diseñaba e implementaba programas sociales con los que benefició de manera taxativa  y directa a millones de ciudadanos, conduciendo a Brasil a posicionarse como el país de America Latina de más rápido crecimiento del PIB y logrando colocarlo, al final de su mandato, como la economía número ocho a nivel mundial, por encima de España, Canada e India. Preguntado en una ocasión sobre cuál había sido su mejor herramienta al frente del ejecutivo, Lula respondió: “hacer lo obvio, o sea, gobernar”, y agregó: “el gobierno debe dedicarse a gobernar, no a inventar… los inventos debemos de dejarlos a los científicos”.

América Latina está ansiosa de que de sus entrañas surjan prohombres que estén dispuestos a hacer en sus países lo que Lula en Brasil, o sea, realizar “lo obvio” al frente del gobierno, que no es más que gobernar al pueblo por el interés del propio pueblo y por restituir la dignidad al contrato social que, con las elecciones, se crea entre electores y electos. 
El autor es analista internacional

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